Orzas y jardines

    02 dic 2023 / 09:49 H.
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    Dicen en la lejana China que si quieres ser feliz un día, hártate de vino; si quieres ser feliz una semana, mata un cerdo; si quieres ser feliz un año, cásate; pero si quieres ser feliz toda la vida, metete a jardinero.

    Y no hace falta irse tan lejos para encontrar en nuestra cultura tradicional otras afirmaciones sobre la felicidad más efímera, es decir la que va de domingo a domingo. Así podemos oír: “Carne de cochino, pide vino”, pero teniéndose en cuenta que “marrano fresco y vino fresco, cristiano al cementerio”, pues cuanto más corta sea la felicidad, más longevos deben ser los medios para conseguirla, “el jamón y el vino añejos, estiran el pellejo”. Y hay quien llega hasta asegurar que “el cerdo tiene trazas de divino, pues hasta con San Antón alterna”. Mucho menos acorde con los tiempos que afortunadamente corren de respeto a la integridad de la mujer, era aquella forma de poner a cada uno en su sitio, “El tocino en la olla; el hombre en la plaza y la mujer en la casa”, y los expeditivos medios para conseguirlo, como recoge Castillo de Lucas en su Refranillo de la Alimentación: “La olla sirve para sacar a la familia adelante y la vara para llevar a buen camino al descarriado, ya fuera hijo o mujer”. Esto se escribía en 1940, y no es de extrañar que, para muchas mujeres, con estas “técnicas” la felicidad como casadas no llegara a durar la que se consigue matando el cerdo.

    Afortunadamente esos son otros tiempos pasados y superados, por mucho que algunos se empeñen en negar la evidencia de la triste realidad del maltrato machista. Hay quienes son capaces de creer antes en lo inverosímil que en la “puta realidad” de la que nos hablaba en una de sus canciones la genial Luz Casal. Pero nos consolamos con la magia del refranero y deseamos que a cada cerdo de dos patas también le llegue su San Martín, más pronto que tarde.

    Curiosa es la explicación que sobre la prohibición de comer cerdo para los judíos nos da uno de los antropólogos que más ha profundizado en los temas de la pitanza, Marvin Harris, creador del materialismo cultural. Por la trascendencia que el asunto tuvo en nuestras raíces culturales, donde negarse a comer carne de cerdo le podía costar a uno morir en la hoguera. Viene a decirnos Marvin Harris que la prohibición divina de la carne de cerdo constituyó una acertada estrategia dado que los israelitas nómadas no podían criar cerdos en lugares tan áridos, ya que éstos son criaturas de los bosques y de las riberas de los ríos, porque no es fácil conducirlos a largas distancias, es incapaz de soportar altas temperaturas dado que no transpira, no es capaz de producir leche para el consumo humano y sí sólo carne, que ha constituido tradicionalmente un lujo permitido sólo cuando las reses productoras de leche eran demasiado viejas y habían dejado de ser rentables, y finalmente, porque el cerdo como el hombre comen de casi todo, convirtiendo al primero en un claro rival de la pitanza del segundo.

    Las antiguas comunidades de Oriente Medio, que tan profunda huella dejaron en nuestra cultura, combinaban la agricultura y el pastoreo, apreciaban a los animales domésticos principalmente como fuente de leche, queso, pieles, fibras, tracción para arar, y hasta sus boñigas como combustible. Las cabras, ovejas y ganado vacuno proporcionaban grandes cantidades de estos productos más un suplemento extra de carne magra. Por lo tanto, la carne de cerdo ha debido constituir un artículo de lujo, estimado por sus cualidades de suculencia, ternura y grasa.

    El lomo de orza es el intento de llevar más allá de la semana la felicidad conseguida con la matanza de un cerdo. Si pretendemos llevar la felicidad de dos en compañía más allá de un año, habrá que comenzarse por romper la vara de Castillo de Lucas y su Refranillo de Alimentación y meternos en las entendederas que el hogar no es una orza. Tal sólo así, cuando llegado el caso de buscar en un jardín la felicidad de toda la vida, tengamos a alguien con quien compartir las flores que cultivamos.

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