Oda a la honradez

04 dic 2024 / 09:05 H.
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Propongo un cambio de paradigma que acabe de una vez por todas con la antipolítica. Propongo sustituir la ambición desmedida por la honradez del político que gestiona con honor irreprochable su labor. Resultaría esclarecedor que el cambio de paradigma aboliera los subterfugios que envenenan los principios de una filosofía cuyo enemigo más temido es la corrupción y el bulo impenitente. La reputación de cualquier cargo que entre sus atribuciones tenga la de manejar dinero o patrimonio público, debe tener como objetivo prioritario que no haya que esperar al momento en el que tenga que pagar un elevado precio por socavar su propia responsabilidad, que es la misma que asumió cuando tomó posesión de su cargo. Lo ideal sería que los gobernantes confiaran en la actitud moral que impulsa a las personas a cumplir con sus deberes. En democracia, el prestigio y la buena reputación se adquiere por méritos propios y no apoyando el populismo que arrastra tras de sí el criminal convicto o quien han cometido crímenes de lesa humanidad. Olvidemos los viejos clichés como los que hacían referencia a: “Para un político nada cuenta sino saca tajada” o: “Nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir”. ¿Qué es lo que cuenta en realidad? El pícaro político que no actúa con rectitud y mete la mano donde no debe o el que se equivoca y no le importa reconocerlo en el ejercicio de su cargo electo, a éste siempre le precederá una voluntad férrea que destruye tentaciones para que no quede ni sombra de las mismas. No se puede conocer a alguien que de cerca parece respetuoso y en breve tiempo, despierta, sin el menor pudor, la ira de un pueblo avergonzado de sus deshonestas actuaciones. El lema dice: “Nadie es tan bueno como todos juntos”. La elección legitima de un representante, no obliga a obedecerlo si no cumple con lo prometido, es decir, con los valores morales adheridos a su cargo y su forma de actuar. De qué vale que un político me hable de soluciones mágicas si da un puñetazo en la mesa y hace lo que le da la gana copiando el discurso de la internacional del odio, que es la mayor perversión conocida para el sistema democrático, pues vive en una burbuja donde lo que hace no tiene consecuencias y se nutre de él y manda a la “tierra dormida” al conjunto de la oposición. Ojalá que no haya que decir que esto no ha hecho más que empezar y que el populismo ha venido para quedarse. No vivimos en una autocracia o una teocracia donde ambas aceptan como ley la palabra del líder o del clero. Vivimos en una democracia que debate los hechos y legisla normas que dan respuesta a los problemas de los ciudadanos. En democracia no se acatan realidades manifiestamente falsas y manipuladas. No se miente a sabiendas de que miente delante de demócratas que saben que miente. Los bulos, bulos son y no se pueden disimular. Ocultar información o hacer promesas que no se van a cumplir, no dejan de ser mentiras que parecen insignificantes, pero que, en realidad, son peligrosas porque existen medios encargados de divulgarlas para que triunfe el populismo que se sustenta, no en que la gente se crea la mentira, sino en que se tenga miedo al mentiroso. No podemos mezclarnos con asuntos de los que no nos sentimos orgullosos como demócratas, hay que empezar por neutralizarlos para que la forma de gobernar no choque de frente con la democracia, a la que se ataca para dinamitarla de modo deshonroso.



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