Objetos perdidos

    27 feb 2024 / 09:39 H.
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    Un día de octubre de 1972, en el barrio londinense de Notting Hill, el bajo eléctrico de Paul McCartney (con el que se grabaron temas como Twist and Shout o Love me do), desapareció. Ahora le ha sido devuelto al músico. Estaba en el ático de una familia del barrio de Hastings, en Londres, y el Proyecto del Bajo Perdido ha logrado dar con él. Otras veces es el puro azar el que permite encontrar un objeto perdido. En 1999 leíamos en la prensa que un pescador halló una botella con un mensaje de amor escrito 85 años antes por un soldado que iba a Francia a luchar contra los alemanes en la Primera Guerra Mundial. Thomas Hughes, 26 años, moriría en las trincheras doce días después. Su mujer, a la que iba destinado el mensaje, ya había muerto cuando el pescador lo encontró, pero este envió la botella a la hija. Y a veces es una mezcla de azar y olfato, como el que tuvo el historiador de arte Gergely Barki al darse cuenta, mientras veía con su hija la película Stuart Little, de que en el decorado estaba un cuadro del pintor vanguardista húngaro Berény desaparecido desde 1928 (lo había comprado en una tienda de segunda mano una ayudante de decoración del largometraje).

    Noticias como estas permiten mantener la esperanza de aquellos que se preguntan por algún objeto perdido. Los editores de las obras completas de Kafka en alemán todavía no han publicado el quinto volumen de su correspondencia, al parecer porque buscan esperanzados las cartas de Dora Diamant, el último amor de Kafka, que fueron secuestradas por la Gestapo en 1934. Giorgio Van Straten, autor de Historia de los libros perdidos, confía todavía en que aparezca el famoso manuscrito que Walter Benjamin llevaba en su penosa huida de los nazis cuando murió en Portbou. Había llegado allí tras una extenuante caminata cruzando la frontera entre Francia y España. Llevaba una pesada maleta negra, de la que hay quien cree que nada se sabe a día de hoy. Es cierto que nada se supo durante un tiempo, porque las autoridades españolas habían pensado que Benjamin era el nombre y Walter el apellido y lo habían registrado y depositado sus documentos en la letra W. Cuando se buscó en el lugar correcto, se vio que la maleta estaba inventariada, al igual que su contenido: un reloj de oro, unas gafas, unos papeles... ¿Qué quiere decirse con “unos papeles”? ¿Había además de ellos un manuscrito que justificara el celo con que Benjamin custodió la maleta en el camino? Curiosamente, fue allí mismo, en Portbou, donde Machado abandonó otra maleta, está llena de poesías, para poder pasar a Colliure, donde murió poco después. Giorgio Van Straten especula con la posibilidad de que en un desván de Portbou duerman, juntas, unas hojas gastadas por el tiempo con los poemas de Machado y las notas de Benjamin.

    Tampoco se sabe nada de los papeles y enseres personales de Enrique Gil y Carrasco, que quedaron en maletas en Berlín a la muerte por tuberculosis en 1846 del escritor romántico español, amigo de Espronceda.

    Más suerte, porque fue un hallazgo fortuito, hubo con la maleta de Capa, el fotoperiodista húngaro que documentó la Guerra Civil. Los más de cuatro mil negativos que contenía se dieron por perdidos hasta que aparecieron en 1995 en el armario de un diplomático mexicano.

    Si bien podemos albergar esperanzas, más o menos fundadas, de hallar objetos y obras así, hay otros que, sin embargo, parecen perdidos para siempre. Umberto Eco especuló en su estupenda novela El nombre de la rosa con la idea de que el libro de la comedia de Aristóteles, la segunda parte de su Poética, se conservara todavía en la Edad Media, pero no creo que nadie confíe en la posibilidad de su descubrimiento, como tampoco en que aparezcan sus obras exotéricas, los al menos 13 libros perdidos de Píndaro, las 100 comedias de Eubulo de Atenas, las 101 comedias de Dífilo de Sínope, las 250 tragedias de Astidamas, los 30 libros de las Memorias del historiador Arato de Sición, los 47 libros de las Memorias Históricas de Estrabón...

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