Obediencia bíblica
Es una opinión universalmente extendida entre aquellos que viven y medran en organizaciones, asociaciones o sectas, sean éstas de naturaleza política o empresarial, que el deber de sumisión al líder sólo se rompe cuando éste cae. Esta práctica de arrastrarse por el suelo como una serpiente se remonta hasta los tiempos de Adán y Eva, y se traduce en la obediencia bíblica a un Dios vengativo y cruel. Para ese tipo de homínidos, atados con collar, es más fácil vivir sin pensar que pensar cómo vivir con dignidad, con espíritu crítico. Pertenecer a un grupo social no debería implicar comulgar con ruedas de molino ni hablar con una sola voz uniforme. La disciplina del pensamiento único nos proyecta a una realidad distópica donde un Gran Hermano orwelliano vigila nuestros movimientos, donde pensar, no digo ya expresar, opiniones diferentes se considera delinquir. Y así, poco a poco, nos van sisando la libertad, las ideas, el valor, la humanidad y hasta la inteligencia. Pero, claro, es más fácil repetir una letanía, un mantra aprendido, como el famoso “soma” de Aldous Huxley en “Un mundo feliz”, que entretiene a la par que mantiene la cartera llena. Pan y circo, decían los romanos. Porque, como preguntaba aquél, ¿de quién depende la fiscalía? Pues eso.