Nuevos emigrantes

09 nov 2018 / 10:17 H.

El I.N.E, que es quien se encarga de elaborar y distribuir las estadísticas en España, nos dice que la cifra más alta de habitantes que tuvo nuestra provincia fue a principios de la década de los 50 del siglo pasado, llegando a tener 765.718, a partir de ahí comenzó un descenso que no ha parado de sangrar a esta bendita tierra. Se pusieron algunas medidas como el Plan Jaén (1953), que perseguía: “la industrialización de la provincia, la aplicación de la política de colonización y la dotación de infraestructuras al objeto de reducir el paro agrícola y fomentar el desarrollo económico”. Esta estrategia no sirvió, ya que en la década de los 60 salieron de nuestra provincia casi 200.000 personas. Las primeras que se despoblaron fueron las pequeñas aldeas, siendo el principal motivo el paro.

Las estadísticas nos dicen que las provincias que absorbieron la mayor cantidad de jaeneros fueron Barcelona, (formándose colonias jaeneras en Santa Coloma de Gramenet, Hospitalet o Granollers), Madrid y Valencia. Algunos escogieron la salida hacia el extranjero, con el tremendo hándicap del idioma y de la distinta cultura, siendo Francia el país que recogió el mayor número, seguido de Alemania y Suiza. A principio de los 80 se cortó esta dinámica, regresando muchas familias de nuevo a su tierra, trayéndose a sus pueblos las divisas conseguidas con su ímprobo esfuerzo. Como es sabido, este éxodo ha vuelto de nuevo, siendo más dañino, si cabe, que hace 60 años. Nuestros actuales emigrantes no son como antaño, personas sin formación que van a aportar su mano de obra, sino en la mayoría de los casos son mentes bien amuebladas con un saco de titulaciones y conocimientos muy por encima de la media. Estas almas exportadas, después de haber abierto barreras, de convertirse en ciudadanos del mundo, de ser nuestros mejores embajadores por su presencia y buen hacer y, a pesar de todo lo que enriquece el no tener fronteras, en sus momentos de soledad añoran su tierra. Jaén tiene todas las pegas que cada uno quiera sacarle, pero hay cosas que para un jaenero no tiene ningún otro lugar y son los recuerdos de la niñez: esos aromas, rincones, sueños, imágenes, que no se añoran hasta que no se pierden, como decía Serrat: “No hay nada más bello que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí”. Nunca escribo en primera persona, ni cuando hablo de música o eventos en los que me encuentro, o se encuentra mi farandulera familia, aunque hoy no me resisto a dar un dato personal. Mi madre tiene 10 nietos que son auténticos lagartillos por el cariño que le tienen a su tierra, pues solo le quedan dos en Jaén y es porque están todavía estudiando: todos, absolutamente todos andan fuera de su tierra, y lo que es peor, sin perspectiva alguna de poder regresar, ya sea por la falta de industrias donde poder desarrollar sus conocimientos, o por no haber plazas para cierto tipo de funcionariado específico, que solo se encuentra en grandes ciudades. Todos ellos tratan de proyectarnos una imagen de felicidad, seguridad y progreso que nos hace sentirnos bien, aunque nos ocultan sus soledades, inseguridades y momentos de angustias no compartidas para no preocuparnos.

Hemos sido nosotros, los que a la par de tratar de prepararlos para que afronten la obligación que tienen en este mundo, que no es otra que ser felices y tratar de hacer felices a los demás, no hemos sabido pelear para que quienes hubieran querido quedarse en su tierra, hubiesen tenido esa opción. Jaén se desangra, o arreglamos esto o vamos a convertirnos en un enorme geriátrico. Hablando de geriátrico, me viene a la memoria la obra de arte que ha hecho nuestro queridísimo consistorio, convirtiendo la plaza del Deán en una enorme terraza para poder hacer caja con los negocios de hostelería, no colocando ni un solo banco, siendo este hecho denunciado por la residencia de ancianos. Solo falta un letrero en el que se lea: “quien quiera sentarse, que pague”. Estoy convencido de que se solucionará esta nueva tropelía.