Nueva normalidad, ¿caballo de Troya? El lenguaje, envoltorio del pensamiento o el pensamiento mismo

21 jun 2020 / 10:17 H.
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Bien claro lo dejó escrito Francisco de Quevedo hablando del valor de la Lengua: “Las palabras son como las monedas; que una vale por muchas, como muchas no valen por una”. Y bien claro estamos viendo el valor de las palabras, desde que allá por los idus de marzo, un virus desconocido originó la actual pandemia ya conocida como la covid-19. Cerca ya del solsticio veraniego, entre otras muchas cosas, comprobamos que se han ido instalando en el imaginario colectivo español importantes esquirlas de un lenguaje incorrecto. En este festival de incertidumbres, hasta uno de nuestros más preciados tesoros, el de la Lengua, está siendo saqueado y destrozado. Releo, con nuevo asombro, el cuaderno habilitado para recoger notas sobre el tema, entre las que encuentro palabras metidas con calzador, salvajes extranjerismos, fraudulentas locuciones, cursis neologismos, nombres hipocorísticos, topónimos, antónimos y sinónimos sin venir a cuento; extravagantes giros lingüísticos, petulantes constructos verbales y una variada gama de errores gramaticales. Todo un conjunto de “patadas al diccionario y a la Gramática” por parte de quienes tanta saliva gastan, jactándose de la riqueza y universalidad del español; y que tantos dineros derrochan llenando el planeta de sucursales del Instituto Cervantes. Y todo, con el mutismo cómplice de la Real Academia la Lengua (RAE) y el servilismo acomodado en la megafonía mediática.

Del mal uso que se hace de la Lengua y la gramática españolas, destaco al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y sus plúmbeos sermones dominicales, dando carta de naturaleza a los toboganes de curvas, mesetas, valles y picos de Fernando Simón, experto en camuflar, con suaves sinónimos, la dura realidad. Al igual que hace el ministro Salvador Illa con la inapropiada, para el caso, palabra “confinamiento”, o con ese exabrupto de “desescalada”, palabra que ni está ni se le espera en el diccionario de la RAE. O, remedando la costumbre de la ministra portavoz, de largar discursos con frases, en las que, omitiendo el sujeto, empiezan con infinitivos verbales, poniendo adjetivos, predicados, complementos, adverbios y proverbios sin orden ni concierto. El último es de libro, “reprogramar lo programado”. Y, para colmo, el oxímoron “nueva normalidad”, constructo que encierra un peligro de tomo y lomo. Del destrozo que del lenguaje se hace en el Parlamento, solo hay que ver cómo, olvidadas la palabras, todo se vuelven rugidos, aullidos, bramidos o mugidos. Y es que, como bien señaló Goethe, “se tiende a poner palabras allí donde faltan ideas”.

Volviendo a tomar el hilo de lo dicho por Quevedo sobre el valor de las palabras, y releyendo mis notas, vengo a señalar cómo las palabras de Pedro Sanchez son de las que “muchas no valen por una”; mientras que hay “una que vale por muchas”, la que puso en vereda Pablo Iglesias, allá por abril, “nueva normalidad”. El dueto de la coalición gobernante, aunque entiende el lenguaje de forma bien distinta, su uso intencionado, los hace cómplices más que camaradas; y en lo referente al constructo, tanta perversidad hay en unos como en otros, un “tanto monta y monta tanto”. Conviene saber que, para cada uno de los dos gurús de la coalición, el lenguaje tiene significado distinto, aunque el “todo vale” impera. Para Iván Redondo, el gurú de Moncloa, las palabras solo son vestido del pensamiento, moderna teoría del lenguaje-marketing, aprendida en cuatro máster bien pagados, primero por Rajoy, ahora con Sánchez. Para Juan Carlos Monedero, el gurú de la “dacha de Galapagar”, al contrario, las palabras son el pensamiento mismo. Pura teoría marxista. “La realidad inmediata del pensamiento es el lenguaje”, dijo Marx; y todo ello pasado por la Escuela de Frankfurt, es decir, por Horkheimer, Adorno o Habermas principalmente. “No se trata solo de hablar de las cosas, sino también hacer que sucedan”, como repetía Hugo Chávez para definir el “nuevo bolivarismo”, en 2005; y que los actuales ideólogos del gobierno venezolano de Maduro, toman, equivocadamente, de las teorías del sociólogo alemán Heinz Dietrich Steffan en su libro “El socialismo del siglo XXI”.

Y es que, para cualquier tipo de totalitarismo, todo tiene su intencionalidad; quizás por eso ningún dictador es considerado un “genio”, pues, y lo dice Heidegger, “el genio carece de intencionalidad. El sol no tiene la intención de irradiar calor, se limita a hacerlo”. En 1934, en los manuales de las Juventudes Hitlerianas, se decía: “El nacional-socialismo debe introducirse en el centro mismo de las masas con palabras y expresiones de uso cotidiano, aunque parezcan tópicos, pues solo así se creará una nueva “Weltungchauung” (cosmovisión), aria y que ilumine el universo”; algo así como lo de “España, una unidad de destino en lo universal”, del franquismo.

Para Podemos, la “nueva normalidad” es algo más que un estado pasajero. El adjetivo “nueva”, como epíteto, fortalece el sustantivo, “normalidad”, que en su sentido etimológico latino significa “conjuntos de normas y leyes”. Para Iglesias la cosa no va de mascarillas, guantes o distancias. Eso es cosa del “Plan Nacional para la Transición hacia la Nueva Normalidad”, de Redondo, elevado a rango de Real Decreto. Para Iglesias es otra cosa; un proceso de metamorfosis. Ahora asiente; tiempo habrá de hacer valer su idea y trazar la hoja de ruta. Siguiendo la máxima del realismo socialista de viejo cuño soviético: “Cuando lo normal deja de serlo, todo se cuestiona; y cuando todo se cuestiona, todo se reinventa”, todo ha de ser “nuevo”. Los totalitarismos son expertos en instrumentalizar el lenguaje. “Nueva España”, llamó Franco a la vida de posguerra; “Estado Novo” llamó Salazar a la nueva normalidad que impuso en Portugal. Mussolini hablaba de “una Nova Idea Nazzionale”. Para Stalin, cada Quinquenio, era un paso al “nuevo Estado soviético”. Y todos empiezan destruyendo lo anterior, como Iglesias viene haciendo con la Transición y los más de 40 años de democracia. “Nueva normalidad” significa para todos ellos hacer de todo un “todo nuevo”

Iglesias, con la descarada complicidad de Sánchez, no tardará en ondear la bandera de la “nueva normalidad”, pidiendo una nueva Constitución; un nuevo sistema político y territorial, republicano y federal, por supuesto; una nueva economía, una nueva gestión en la que prime lo público en los servicios sociales, culturales, educativos o sanitarios. La primera vez que, en términos políticos, se habló en España de “nueva normalidad”, fue en 1977, y en boca de Federico Mayor Zaragoza, cuando dijo: “Lo más importante ahora es la nueva normalidad democrática, a la que hay que irse acostumbrando”. Lo decía tras 40 años de dictadura. Pablo Iglesias, llevándose al huerto a Pedro Sánchez, tras 40 años de democracia parece entender la “nueva normalidad” como el caballo de Troya para crear un nuevo Estado clientelar más y menos plural, más socialista de corte comunista que socialdemócrata. Ya sea la “nueva normalidad” paradigma, sintagma o metonimia, lo importante es que no sea una trágala, trampa o estropicio, ni tampoco más de lo mismo. El “después” no se anticipa. Debe ser una tarea colectiva, ya puesta en marcha, no teledirigida. El “después” es desafío común, no onanismo de un ego.

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