Nuestra hermosa tierra

    19 jun 2020 / 16:45 H.
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    Escribo estas líneas desde mi pueblo donde tuve la suerte de encontrarme cuando fue decretado el estado de alarma y se prohibieron los viajes interprovinciales, excepto en causas muy justificadas, como podría ser el de volver al lugar de residencia habitual, excepción a la que podría haberme acogido para volver a la ciudad, pero decidí creo que con buen criterio permanecer en mi casa del pueblo. Hace ya más de tres meses que la gente de este pueblo quedó muda y encerrada entre las paredes de sus casas porque no hubo más remedio que acudir a medidas extremas para intentar detener esa pandemia que tanto dolor está causando, hasta el punto de que ha cambiado nuestro sentido de la vida. Y yo tuve la suerte casi deseada de que el confinamiento comenzase cuando me encontraba aquí, y aunque en la primera etapa no era posible salir a pasear y estuvimos aislados, sólo con asomarnos a la puerta adivinábamos la vida que brotaba entre las hileras de olivos que peinan el siempre verde horizonte donde se funden las últimas casas de las calles de Torreblascopedro.

    Esta mañana algo nubosa, como otras muchas de esta extraña primavera, me levanté temprano siguiendo la costumbre de las gentes del campo y me dispuse a disfrutar de mi paseo cotidiano entre esos olivos que conforman el paisaje entrañable de la campiña de Jaén. Salí del pueblo por el camino de Ibros y de inmediato estaba inmerso en ese mar rumoroso que conforman la arboleda mecida por el viento de poniente, los cielos encapotados, los arbustos que bordean el camino, los casi imperceptibles ruidos de todos los animales que bullen entre la maleza y el canto de cada una de las aves que en esta época del año todavía anidan en los rincones más ocultos y seguros. Escuchaba el rumor del viento entre los fuertes troncos, las ramas y las hojas de las olivas que muestran su envés verde claro al compás de las ráfagas que las mecen. Cerca, muy cerca del arroyo titeaba una perdiz que cesó su canto según me iba acercando, sobre unos cardos borriqueros estaba posado un jilguero que reclamaba con energía y entre los olivos, algo más lejos cerca del cerro, arrullaban las tórtolas. Por el cielo, veloz como el viento cruzó el horizonte un águila perdicera y como por ensalmo se hizo el silencio y durante un buen rato sólo acerté a escuchar el zumbido de los abejorros que se posaban en las flores de los cardos. Seguí adelante después de cortar un tallo de hinojo tierno que mastiqué largo rato degustando su sabor refrescante y luego me acerqué a una oliva y tomé una aceituna que ya era del tamaño de los garbanzos y la partí por la mitad para comprobar si estaba ya cuajando el hueso. Desde primeros de mayo he visto como, se removió la savia, brotó la espiguilla, se formaron las flores, cayeron los sépalos que dejaron círculos marrones debajo de cada olivo, cuajarón las aceitunas que han ido creciendo día a día de manera continua como percibimos todos los que salimos al campo con asiduidad y nos recreamos en él porque forma parte de nuestra vida.

    Este año no ha sido malo de lluvia, pero los árboles están muy estresados por la sequía que soportan a lo largo del tiempo y la cosecha del próximo año, que ahora ya se ve de forma bastante precisa, se puede decir que en esta zona será algo más que media. De vez en cuando veo algún que otro labrador revisando los goteros de riego, algo más allá se escucha el ruido de un tractor dando rastra y acullá algún otro paisano se ocupa en limpiar los troncos de pestugas que ahora todavía están muy tiernas. Los olivos necesitan muchos cuidados y siempre se ha dicho que son más que agradecidos y devuelven en forma de aceitunas preñadas de aceite todo el trabajo que se pone en ellos. No voy a hablar ahora de los problemas que aquejan al sector, porque hoy sólo quiero invitaros a disfrutar de nuestro entorno natural y de nuestro paisaje que tanta belleza encierra y muestra a los ojos de aquellos que son capaces de admirarlo. Por mi parte, he de decir que aquí en nuestros campos de olivos encuentro los motivos, los sentimientos y los impulsos de muchas de las decisiones que he tomado a lo largo de la vida, y me siento más que satisfecho de ser y sentirme hijo de esta tierra generosa que ahora tengo el placer de describir hablando de belleza y emociones que quiero compartir con todos.

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