Nostalgia taurina y verbenera

    14 jun 2020 / 10:49 H.
    Ver comentarios

    No sé si será por haber nacido en domingo, pero tengo que reconocer que la idea de quedarme sin fiestas me produce cierto desasosiego. No me refiero, evidentemente, a las propias del descanso laboral ni a las entrañables de ámbito personal o familiar, como los cumpleaños o las bodas. Sino a aquellas otras que, año tras año, marcan en el calendario los ciclos de nuestra vida en los mismos días y con similares ritos que lo hacían con nuestros antepasados. Cada uno tiene sus fiestas —que no tienen por qué limitarse a las de su pueblo— y cada fiesta tiene su programa y su patrón. O su patrona. Ya nos dice Antonio Gala que “aquí, en las ferias de los pueblos, imprescindibles solo hay dos cosas, una virgen y un toro”. Pero todas cumplen una función social necesaria al convertirse en una especie de terapia colectiva que cada cierto tiempo viene a recordarnos que somos precisamente eso, “sociedad”. Que somos personas, y como tales necesitamos vernos, hablarnos, rozarnos, abrazarnos, estar juntos y también ayudarnos. Dejar a un pueblo sin fiestas es desalmar su propia identidad. Por eso pocas cosas hay que puedan impedir su celebración. Algo que solo ocurre en tiempos de guerras o epidemias. En éstas porque nos puede matar el virus y en las guerras porque estamos ocupados en matarnos nosotros. También el virus de la discordia, cuando se propaga, puede tener efectos devastadores. En la España fiestera, aparte de las ceremonias oficiales o religiosas, hay dos actos sociales por excelencia: los toros y las verbenas. A la verbena ya el director de este diario le dedicó una nostálgica y oportuna contraportada hace unas semanas. Pero es que es verdad. ¿Habrá cosa en el mundo más social, más humana, más cordial, más excitante, más vital, más divertida y más plural que una verbena de pueblo en su plaza principal? ¿Y los toros? Ver una plaza llena, con ese colorido de sol y de sombra, con ese molinillo en el estómago de las grandes tardes, escuchando el run run previo al toque de clarines y timbales mientras los más rezagados buscan sus localidades... Solo eso, es ya emocionante. Como lo es esperar un encierro o la violenta y desafiante salida de los toros en San Marcos. Como lo es siempre —con toros o sin ellos— ver un pueblo unido en una ilusión o en un proyecto compartido y solidario. Ojalá volvamos pronto a la normalidad también para poder irnos de fiestas. Mientras tanto lo mejor que podemos hacer es estar con los que nos ayudan a pasarlo bien en ellas, porque ahora son ellos los que lo pasan francamente mal. Apoyemos con fuerza tanto a nuestros feriantes, caseteros, turroneros, taquilleros, porteros, mulilleros, camareros y cocineros, como a los artistas primordiales de estos festejos: los músicos y los toreros.

    Articulistas