¡No mueras, Biblioteca!

17 nov 2024 / 09:10 H.
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En mis muchos años de idas y venidas por esas aulas, colegios y escuelas, recuerdo haber gestionado, echado a andar o reorganizado varias bibliotecas escolares en mis destinos docentes. Una labor, a veces ingrata, otras de fervoroso gozo y la mayoría de lucha por mantener vivo el afán lector en el alumnado que, en ocasiones, tenía más a mano otras maneras de “diversión” no siempre compatibles con los objetivos curriculares o, en especial, con su proceso formativo.

Volvería a sumergirme en aquellos planes en los que colaboré activamente como el llamado “Lectura y Biblioteca” o las campañas “Leer, la mejor lección de tu vida”, “Damos la cara por los libros” o aquellas fantasías de ser “los niños libro” o subirnos todos al “AVE lector” recorriendo las aulas invitando a la Biblioteca. Ahora, sin embargo, aunque no debamos generalizar, las bibliotecas escolares, e incluso las públicas, nacionales o municipales, están atravesando un particular desierto al que las han encaminado ora los recortes presupuestarios, ora la influencia de las redes y la información destilada en los entresijos de internet. Un periódico nacional titulaba recientemente “¿Hacia un país sin Bibliotecas?” y la sola lectura de esa interrogación ya nos deja un irrefrenable poso de amargura e impotencia. El titular continuaba y no precisamente dando un toque positivo al tema: “La crisis silenciosa de un servicio esencial”. Al menos se certifica que una Biblioteca es un servicio prioritario, sustancial y básico en el ámbito cultural de una comunidad.

Me asalta la archiconocida frase de Borges afirmando que “soy incapaz de imaginar un mundo sin libros” a la que añado “ni sin lectores, ni sin Bibliotecas”. Al parecer existe una normativa en el régimen local que impone a los municipios de más de 5.000 habitantes un parque, un sistema de tratamiento de residuos y... una biblioteca. Como en otros muchos aspectos de leyes aparentemente favorecedoras para el crecimiento personal del ciudadano, no solo hay que “obligar” a que exista la biblioteca, sino que se necesita una dotación económica suficiente, un sistema de “publicidad” que la acerque a los lectores y, aunque este punto suele olvidarse, un personal preparado para su funcionamiento real práctico. No solo se necesita un funcionario que abra y cierre las puertas y vigile las entradas y salidas de los volúmenes consultados. Es necesario que esa persona anime, favorezca, aliente, estimule e incite a la lectura y a la búsqueda de la información exponiendo posibilidades, temas, sugerencias, etcétera. Muy pocas cuentan con este tipo de personal y si existe se le considera más bien un auxiliar de servicio en lugar de alguien íntimamente ligado al desarrollo educativo y cultural del centro o de la comunidad.

Es obvio que las Bibliotecas deben, lógicamente, adaptarse a los tiempos y convertirse en lugares esenciales para el aprendizaje y la cultura introduciendo en su funcionamiento aspectos que les hagan relevantes en tanto en cuanto promuevan distintos cauces de acceso a la información en todas sus facetas. ¿Y si se convirtieran en una especie de reducto de confianza en el que ofertar claves para enfrentarse a la desinformación, la manipulación o el desamparo de la cultura en general como lugares de encuentro y colaboración?

No podemos dejarlas morir.

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