No es progresismo
Seguir dinamitando los principios de solidaridad e igualdad e impedir que el Estado central implemente políticas de definición y ejecución común y también de redistribución no es precisamente algo que deba caracterizar a un gobierno que se autoproclama progresista. Creo que todo esto no es más que oportunismo y traición, no es progreso.
Con lo poco que sabemos sobre el acuerdo para investir a Illa como presidente de la Generalitat se puede llegar a ciertas conclusiones muy graves. Se negocia con una sola comunidad, pero el acuerdo afectará a todas. Se cambiará el sistema de financiación de las autonomías y la forma en la que el Estado llevará a cabo su política fiscal, la misma que le permite ejecutar el resto de políticas sociales y económicas que afectan a toda la población y a la economía de todo el país, pero este tema se está tratando únicamente para conseguir una presidencia de la Generalitat. Sin duda habrá menos ingresos para el Estado y un aumento de las desigualdades entre territorios y poblaciones, y nada indica que no vaya a suceder lo mismo dentro de la propia Cataluña. Cataluña saldría del sistema común de financiación para terminar en algo parecido al País Vasco y Navarra y recaudaría sus propios impuestos, tendría capacidad normativa y una agencia propia de recaudación e inspección y a cambio pagaría un cupo o cuota del que no se sabe ni la cuantía ni la forma de calcularla. Conociendo nuestra historia reciente no es difícil imaginar que será un sistema cambiante en el que cada vez que tengamos elecciones se usará para calcular a la baja en perjuicio una vez más del Estado y, en definitiva, del resto de territorios. Ahí están los hechos; desde que se aprobó nuestra Constitución no han cesado las reclamaciones e incluso chantajes para conseguir esa cesión continua de competencias y prebendas económicas por parte de los grandes partidos del bipartidismo y por parte del Estado para evitar la activación de la agenda independentista. Esa cuota será imposible de aplicar al resto de territorios sin destruir la estructura y la financiación del Estado y será simplemente un privilegio de una comunidad. No se puede continuar indefinidamente haciendo concesiones y poniendo parches.
En la Transición se confió en que un nacionalismo moderado ayudaría a consolidar nuestra democracia y una organización territorial que ya nadie entiende y que se ha diseñado a golpe de parches, tirones y negociaciones bilaterales vergonzantes. Tenemos el resultado de la lucha entre dos nacionalismos, el español y el periférico. Uno más fuerte que los otros que están en expansión, pero todos igual de excluyentes. Y todos juntos han impedido durante nuestra democracia el nacimiento de un proyecto nacional común de todos los españoles. El resultado ha sido una agenda independentista más fuerte que nunca, que además se alimenta del mal diseño de nuestra organización autonómica y de la desigualdad entre territorios y ciudadanos.
Hay que hablar claro y decir que el modelo del Estado de las Autonomías del 78 ha llegado a un estado de degradación próximo a lo insostenible. Y ha llegado a ese punto desde hace unos años cuando los dos grandes partidos del bipartidismo junto a los partidos nacionalistas catalanes comenzaron a caer sin freno al verse superados por la corrupción que habían generado y por no poder tapar su desastrosa gestión de las últimas crisis económicas, sobre todo, por parte de lo que fue CiU en Cataluña. A esto se le ha unido que los dos grandes ejes de esa regeneración institucional que reclamaba nuestra sociedad, representados por Ciudadanos y Podemos, no han sabido aprovechar su representatividad y las elecciones generales en su momento para llevar a cabo este cometido. Necesitamos un impulso ciudadano y transversal de la mayoría social más amplia posible para llevar al parlamento y al gobierno la petición de un rediseño del Estado que garantice que todos los españoles, a pesar de ser tan diferentes, tengamos igual acceso a los servicios públicos, a los bienes y que todos los sufraguemos en condiciones de equidad.