No es país para efemérides
España es un país rico en inteligencia social y como toda inteligencia está también sometida a la amenaza de otras inteligencias que trabajan al servicio del mal. Un grupo de intelectuales vinculado a la esfera mediática del Partido Popular y su ala más dura, ha lanzado un manifiesto llamando nada más y nada menos que a boicotear los actos que el Gobierno ha organizado para conmemorar la “España en libertad” que sigue vigente tras los 50 años de la muerte del dictador Francisco Franco. En el filibusterismo semántico de su lenguaje, este grupo de firmantes se envuelve en la inoportunidad de unos fastos que consideran una maniobra política para dividir a la ciudadanía y encubrir la necedad de quienes los han propugnado. Cínicamente, resulta curioso que se aluda al hecho de que el genocida muriese en la cama sin apenas oposición durante cuarenta años y sea ahora cuando se ajuste la cuenta con un período tan dramático para el progreso de nuestro país.
Este que escribe, que nació precisamente en el año que se firmó la Constitución Española, nunca comprenderá las reticencias que ha tenido la derecha liberal española a lo largo de estos 50 años no solo a secundar sino a encabezar iniciativas que ayuden a superar la profunda herida civil y cultural que supusieron los cuarenta años de dictadura. Más allá de considerar una trampa más o menos jugosa para la estrategia política de Pedro Sánchez, lo cierto es que “hoy es siempre todavía” para condenar la vileza de un régimen que si no tuvo oposición fue porque quienes descalificaron desde la razón humana el sinsentido del fascismo no fueron objeto ni de la piedad, ni de la paz ni del perdón que pidió Azaña tras la proclamación de la victoria por parte del bando sublevado, reforzado por la coyuntura exterior de la Alemania nazi y la Italia de Mussolini.
Pienso que tan grave es el coqueteo global de la socialdemocracia con la agitación del fantasma del fascismo para encubrir su debilidad política en tiempos de fragmentación ideológica, como grave que aún hoy la democracia cristiana española, a diferencia de sus homólogos europeos, siga enrocada en su desesperante ambigüedad esgrimiendo el argumento de que recordar que no hace mucho este país sufrió la falta de libertades, el uso de los recursos del Estado para ejercer la represión arbitraria de toda disidencia o el ostracismo de la mujer, que precisaba hasta de la firma de un hombre para disponer de efectivo, divide a los ciudadanos en un país cuya nostalgia nacionalcatólica se alienta cada vez que se produce un avance democrático, lo que hace pensar a qué libertad aspiran y para quiénes los que llaman descaradamente a esta insurrección contra la efeméride.
Y desespera todavía más en un contexto en que la información cuyo algoritmo disemina como la pólvora su contenido a través de aplicaciones controladas por tipos sin escrúpulos, Elon Musk por ejemplo, no es aquella en la que, como nos desliza el referido manifiesto, se nos emplaza a un porvenir reconciliado con nuestro pasado, vacunado ya contra toda amenaza hacia una libertad sin menoscabo, sino aquella en la que se hace apología del totalitarismo como remedio ante las contradicciones del sistema democrático, se abomina del Estado de Bienestar bajo el pretexto de que cada cual se pague su desgracia, se deshumaniza a según qué personas para favorecer su linchamiento social, se banaliza la conquista de determinados derechos o se atribuye su universalidad a regímenes siniestros que no los administraba de facto por igual entre todos: cocina de cabreo vía redes cuya orquestación mediática han denunciado líderes nada sospechosos de connivencia con el sanchismo como Macron, Starmer o hasta el propio Felipe VI y que ha propiciado que partidos que relativizan públicamente crímenes como los del Holocausto, dispongan ya de una amplia mayoría en algunos parlamentos europeos.
Mal ingrediente para nuestra salud democrática este hooliganismo de vivir justificando la mediocridad y el mal menor de quienes nos representan a unos y a otros, cuando todos, liberales y progresistas, tenemos un deber cívico mayor a día de hoy: proteger la verdad, deslegitimar el ejercicio de cualquier violencia y desobedecer las consignas del miedo, el egoísmo y la injusticia contra los más vulnerables —ah Constitución Española— de nuestra amenazada civilización, demasiado acomodada, ay, en los cabarets de sus felices veinte.