Ni orgullo ni prejuicio

    21 feb 2024 / 10:20 H.
    Ver comentarios

    Es una verdad universalmente aceptada, diría Jane Austen, que un mal político en situación inestable tiende irremediablemente a cambiar de opinión de forma inesperada, o no, pero siempre en el momento más propicio a un determinado fin. Dicho proceder se extiende a otras profesiones otrora respetables. Se hace preciso analizar qué extraña metamorfosis acontece en esas mentes, que se suponían libres de toda sospecha, para que muden de parecer de un día para otro. Incluso por escrito. De blanco a negro, sin visos de gris. Podría ser una repentina lucidez intelectual o, en el peor de los casos, un trastorno bipolar consecuencia de los efectos perniciosos de alguna vacuna. Aunque quizá se trate de algo más mundano: una contrapartida irresistible... Es decir, un pago. El poder tiene un precio. Y, si tus valores no son firmes, tus principios son mutables o te faltó una bofetada a tiempo, te venderás. Y donde dije digo, digo Diego. Total, mañana más y esto se olvida. Por eso, ahora que en vez de guapa hay que ser zorra, que todo vale, me viene a la memoria el viejo refrán, algo malsonante pero tremendamente acertado, que dice: “Para ser puta y no ganar nada, más vale ser mujer honrada”. Pues eso, que todo tiene un precio. Y normalmente acaba por saberse.

    Articulistas