Navidades en familia

26 dic 2019 / 08:47 H.
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Afortunadamente, no sin algún problemilla de salud, acabo de vivir mi 81 Navidad. Son muchas y sin embargo todas tienen un punto en común: la protagonista, la familia. Por diversas circunstancias, la afinidad con la familia de mi madre fue siempre más cercana, aunque la relación con la de mi padre fue entrañable. Mis hermanos y yo nacimos en la aserradora de mis abuelos, a los que no conocí, y el taller estaba regentado por mi tío Mariano. Frente a nosotros, en la calle Adarves Bajos, vivía mi tía Paquita, hermana de mi madre, casada con mi tío Felipe Sánchez Oñate. En esta casa nacen mis primeros recuerdos de la Navidad. Paquita era la mayor de los ocho hermanos y allí nos dábamos cita toda la familia en Nochebuena. Una familia en la que ya estábamos bastantes chiquillos para jugar y dar guerra. Solo salíamos para ir a la misa del gallo a San Ildefonso o si se celebraba en las Bernardas, que nos cogía más cerca. Con 18 años, después de cenar solía salir con mis amigos del Cuadro Artístico “Calderón de la Barca” a cantar por la plaza de Santa María y calle Maestra, un grupo en el que solía estar Pepe Barceló y su laúd y una botella de aguardiente de garrafa para todos. Lo que más retengo en mi memoria es que cuando llegaba la amanecida estábamos todos muertos de frío y regresábamos al hogar, aunque en él no tuviéramos calefacción, pero en mi casa, una aserradora, siempre había afortunadamente un palo que quemar. Fuimos en total 21 primos, de los que cinco ya fallecieron, entre ellos mi hermano menor, Pedro, que murió con 12 años. La mayor de todos, Matilde, aún vive a sus 95 años y, el menor, Jesús también disfruta de su jubilación. Llegaron las Navidades más jubilosas con mis hijas primero y mis nietos después. En esas circunstancias ya se siente uno el patriarca, el Papá Noel de la familia, y se disfruta con intensidad cada momento viendo como la prole va descubriendo y gozando la magia de la Navidad, sintiendo que las primeras ilusiones de los niños de hoy son las mismas que teníamos los de entonces. Se siente uno dichoso. Pasan los años, los hijos y los nietos crecen y los padres y los abuelos vamos menguando. Seguimos celebrando la Navidad en familia y, aunque suele crecer, alrededor de la mesa pesan mucho en el recuerdo las ausencias de los que nos dejaron. Pero aún así, el espíritu de la Navidad cada vez echa raíces más fuertes en el corazón humano.

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