Navidad de aceite y escarcha

    25 dic 2023 / 09:40 H.
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    Hay momentos en los que el tiempo se detiene suspendido en la atmósfera, como un día de niebla que arrastra resaca de lluvia; perezoso y pausado. De ese modo mi memoria retrocede de manera insistente, acariciando recuerdos de épocas pasadas. Latidos de una Navidad lejana construida de cal, de humo con olor a olivo, de madrugadas de reguillo que cubren charcos de barro, de caminos infinitos a lomos de bestias que cargan el ato, de humaredas espesas y blanquísimas que señalan que somos los primeros en llegar al tajo. Navidad de aceitunas maduras bajando por la criba y golpeando unas manos que esperan debajo a que se acabe el día que apenas está comenzando.

    Era otra época, cuando la simplicidad pintaba el aire y llenaba los pulmones de los jiennenses y la corriente sanguínea circulaba a paso lento, pero seguro y firme como las aguas del Guadalquivir en los días de bochorno. En aquellos días, la economía de subsistencia marcaba el ritmo de la celebración y de los regalos, pero la ilusión se desbordaba en cada rincón de nuestra tierra como uno de esos recipientes que se colocan bajo un grifo que gotea y te olvidas del grifo y del recipiente; y el agua entonces se desborda y escapa de nuevo para ocupar el espacio.

    Ha pasado el tiempo y ya nada se parece a lo de antes, el viento se ha llevado el color sepia de aquellos días. En su lugar, ha instalado un filtro de una nítida transparencia pasmosa y después ha esparcido purpurina para que todo brille con más intensidad. El atisbo de nostalgia que aparece en mí cada vez que evoco el pasado, sin duda se debe al recuerdo de las personas que amé y se han marchado; me doy cuenta de que cada vez me faltan más y eso no resulta agradable, pero me entusiasma que el reloj continúe dando las horas, que el mundo avance, gire y cambie de atuendo. Imagino el planeta como una noria azul enorme y viva, divertida. Reconozco que a menudo no soy capaz de seguirle el ritmo, que caigo con más frecuencia de la que me gustaría, sin embargo, me satisface subir e intentarlo de nuevo.

    El poder adquisitivo se ha elevado en nuestra provincia, convirtiendo a la Navidad en un escenario donde el esplendor consumista a veces puede cegarnos y hacer que olvidemos el verdadero sentido de esta celebración. Las sociedades occidentales, vivimos inmersas en la vorágine del progreso, hemos modificado nuestras percepciones y prioridades. Sin embargo, incluso en medio de luces brillantes, Belenes, árboles de Navidad y regalos envueltos con esmero, no podemos dar la espalda a las sombras que amenazan con derruir nuestra forma de vida. Las guerras, el autoritarismo, la falta de entendimiento, la igualdad de derechos y deberes, la brecha de clases sociales, el respeto a la naturaleza y al otro, y un largo etcétera; que necesitan de una solución creativa que suponga un verdadero cambio para un futuro de paz.

    Esta noche deberíamos reflexionar si caminamos en la dirección correcta, si somos capaces de hacer el esfuerzo para crear un entorno más equilibrado, justo y auténtico. Deberíamos comenzar por las personas que se sientan alrededor de nuestra mesa, solo así se cambia el mundo, a través de pequeños gestos que se van ampliando y expandiendo como las ondas que produce una pequeña piedra lanzada al agua de un estanque.

    Navidad es familia, amor compartido, amistad verdadera, solidaridad con las personas que sufren; pero también es infancia, inocencia, ilusión... No puedo olvidarme de los millones de niños y niñas que enfrentan tiempos difíciles: los que sueñan con un hogar acogedor donde el frío no se cuele por las ventanas, ni el derrumbe amenace sus pequeños cuerpos; los que no tienen juguetes que les ayuden a olvidarse del hambre; los que viven enfermos desde hace tanto tiempo que ya no recuerdan qué se siente al estar fuerte. No puedo olvidarme de tantos adolescentes que perdieron la ilusión de manera fulminante como un rayo que cae y extermina sin preámbulo. Si pudiera —esta noche— congelaría el tiempo y cosería los desgarros del planeta.

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