Naturaleza como refugio y raíz

28 oct 2024 / 09:10 H.
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La Sierra de Segura parece tener un lenguaje propio, uno que solo aquellas personas que han forjado su vida en contacto con la montaña y el valle, la huerta y el ganado, la plaza y el campanario comprenden verdaderamente. Consuelo Bermúdez-Cañete Fernández es una de esas mujeres que no solo ha sabido escuchar este idioma, sino que lo ha hecho parte de su propia historia. Y es que, desde las páginas de esta columna, que a veces dedico a las mujeres del mundo rural, no puedo sino detenerme en esas vidas que, desde el silencio de lo cotidiano, encierran grandes lecciones. Las de esas mujeres que, con manos arrugadas por el trabajo, pero corazón de niña, abrazan la naturaleza como refugio y raíz.

Consuelo Bermúdez-Cañete Fernández nació en 1951 en Madrid, pero sus raíces siempre han pertenecido al sur. Hija de padre cordobés y madre granadina, desde su infancia estuvo marcada por una intensa conexión con la naturaleza. A pesar de criarse en la gran ciudad, sus recuerdos más bonitos no provienen del asfalto, sino de las excursiones al campo, del olor de la mejorana, del espliego y de las botellitas de hierbas que guardaban en los armarios para perfumar la ropa.

No es sorprendente que su vida profesional, tras años de estudio en biología, se orientara hacia el campo y la botánica. Su infancia transcurrió entre la libertad de los juegos al aire libre, las aventuras en un pequeño terreno familiar cercano a Madrid y las enseñanzas de una madre y un abuelo que compartían con ella el amor por el mundo natural. Allí aprendió no solo a observar y admirar el entorno, sino también a comprenderlo, a conocer las plantas y los sonidos del campo, a dejarse envolver por la magia de un río rodeado de olmos y álamos.

A menudo, Consuelo recuerda con cariño los días de campo con el movimiento scout, en los que aprendía a reconocer huellas de animales, a diferenciar plantas o a contar historias populares de los pueblos que visitaban. Estos valores de respeto a la naturaleza y al entorno rural la acompañaron toda su vida, y, junto a su marido, Manuel Pajarón, decidió desarrollar su proyecto de vida en Beas de Segura, convencidos de que con su presencia y trabajo contribuirían al desarrollo rural de la zona. Allí echaron raíces, tanto físicas como emocionales.

Consuelo ha dedicado su vida a enseñar biología en el instituto del pueblo, pero más allá de su labor académica, ha sido una figura clave en la comunidad. A través de su trabajo, ha transmitido a los jóvenes de la zona ese amor por la naturaleza que ella misma aprendió de pequeña, y que ha defendido siempre como esencial para la vida. “La naturaleza nos enseña lecciones fundamentales: paciencia, respeto y equilibrio”, dice con la serenidad de quien ha aprendido estas verdades a través de los años.

Para Consuelo, vivir rodeada de naturaleza no solo es un placer, sino una necesidad. A lo largo de su vida, siempre ha encontrado en el campo y el monte un refugio, un espacio donde escapar del ruido de la vida urbana y reencontrarse con lo esencial. En tiempos de incertidumbre, cuando las revueltas universitarias agitaban el país, cuando la represión franquista era una realidad palpable, ella hallaba consuelo en la tranquilidad de los paisajes naturales, en el vuelo de los pájaros al anochecer, en la luz de la luna brillando sobre las montañas.

Hoy, tras décadas de trabajo y esfuerzo, sigue recordando con gratitud los paisajes de su infancia que la han rodeado y protegido siempre. Y es que, para Consuelo, la naturaleza no es solo un paisaje; es, en palabras suyas, “un lugar donde todo comienza, un espacio repleto de VERDAD”.

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