Nadie somos perfectos

20 feb 2020 / 09:57 H.
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Güili Toledo se ha cagado en Dios. Con dos cojones, el tío. Y no una sino mil veces. Y dice que le sobra mierda además para cagarse en el dogma y en el misterio de la santidad y virginidad de la Virgen María. Y lo hace con una arrogancia que ya quisieran algunos toreros. Con arrogancia, no con elegancia. Que de eso anda bastante escaso. Se caga en todo y sale del juzgado con aire de triunfo, puño en alto y provocador. Que sean o no sean delito sus diarreas anticlericales no es algo que nos quite el sueño a estas alturas. La libertad de expresión está bastante más asumida en nuestra sociedad que en los regímenes que con tanto ardor defiende. Pero debería ser más prudente, porque puño en ristre y con el mismo lema, “correligionarios” suyos en tiempos de la II República —que hay que tener memoria para todo— torturaban y mataban no por cagarse en nada ni en nadie, ni mucho menos en Dios, sino simplemente por creer en él. Todas las televisiones lo han sacado. Se ve que manifestaciones de este tipo tienen más interés que las de los agricultores. Pero qué le vamos a hacer. Son los héroes de nuestro tiempo. Descuartizan a dictadores —no a los vivos, sino a los muertos y no a todos, claro—, se limpian los mocos con la bandera o directamente se cagan en Dios, jugándose el tipo ante las “terribles condenas” que eso les puede suponer. Y a pesar de ese riesgo que solo los valientes de verdad pueden asumir, Güili insiste y se vuelve a cagar en Dios. ¡Qué inmenso valor! Ni Hernán Cortés, Ni Guzmán el Bueno, hubieran soñado con semejante gallardía. La blasfemia se justifica en el asombro que algún hecho inesperado nos produce. Surge con espontaneidad, si bien procuramos atenuarla cagándonos en “diez” en vez de en “dios”. No solo por decoro sino porque hubo un tiempo en el que sí era cierto que te la podías cargar. En la sierra se está perdiendo una expresión muy original, el ¡odo! ¡Odo en Dios! Exclamaba mi padre en muy pocas pero señaladas ocasiones. Pero vamos, cagarse por cagarse, de forma premeditada y con tanta ostentación, requiere además de valor unos recursos artísticos que solo poseen algunos iluminados. Porque además, con una sola deposición, Güili acaba de crear la nueva corriente escatológica de la filosofía moderna desvelando la falsedad del misterio de la virginidad. Todos los teólogos de la historia se habrán removido en sus tumbas con el descubrimiento de semejante pensador.

Los toreros, que saben lo que se puede descomponer el vientre en esos minutos previos al paseíllo, tienen que aguantarse y salir al ruedo donde les espera un toro de verdad. Más allá de la polémica de si es lícito o no realizar expresiones que ridiculicen u ofendan aspectos religiosos, lo que no comprende este muchacho es que el verdadero valor está en contenerse. El que están demostrando millones de españoles que perfectamente podrían estar cagándose en sus muertos, no una, sino mil veces, pero que no lo hacen entre otras cosas porque piensan que sus muertos también son hijos de Dios. Lo mismo que Güili. Que tiene sus cosillas pero también lo es. Como dijera el torero Juncal de Jaime de Armiñán a una dama a la que no le gustaban los toros: No se preocupe señora, “nadie somos perfectos". Y es verdad. Ni siquiera Dios. Porque a la vista del personaje, parece que hasta el mismísimo Dios la caga también algunas veces.

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