Música de ensueño

Pedro Iturralde, junto con el también desaparecido Tete Montoliu, fue uno de los mejores intérpetes de jazz que ha habido en España las últimas décadas

24 ene 2022 / 21:04 H.
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El día dos de noviembre de hace dos años, haciendo honor ese mes a su prólogo de luto, mi hija Pilar me envió un guasap que decía: “Muere el saxofonista Pedro Iturralde, gigante del jazz español... Pedro I El Grande...” y un enlace del periódico el mundo/cultura/música con la noticia de su deceso, acaecido el Día de Todos los Santos, a sus 91 años, y un extracto de su brillante y vasta biografía. Al leerlo, mi pensamiento retrocedió hasta la Granada de finales de los setenta, cuando mi hermano Miguel me invitó —por entonces estudiaba yo Economía en Málaga— a ir a Granada —donde él estudiaba Medicina— a oír el concierto de Pedro Iturralde, sabedor de mi gusto por los tonos que salen por la campana de ese extraordinario instrumento que es el saxofón, ya sea soprano, alto, tenor o barítono. El recital, al que no acudí por motivos laborales —léase exámenes—, se celebró en el Campo de la Juventud, en el Camino de Ronda, cerca del piso donde vivía, al final de una pequeña calle que se abría enfrente del Laboratorio Farmacéutico, cuya fachada de azulejos verdes —color tan cervantino— nunca olvidaré; siempre la recordaré porque era el punto de encuentro entre mis padres, mi hermano y yo cuando nos reuníamos en Granada.

Junto a Tete Montoliu —ya desaparecidos los dos— fueron los mejores músicos de jazz de nuestro país y, sin duda, epónimos del jazz de esa época. En opinión de los que entienden, el ascendiente del saxofonista y clarinetista era más bien europeo, en tanto que las influencias del pianista eran estadounidenses. Las comparaciones entre el navarro y el catalán fueron ineludibles, suscitando discusiones absurdas, tan acostumbrados como estamos a formar banderías y tomar partido por alguien: de Frascuelo o de Lagartijo, de Joselito o de Belmonte, o de uno de los dos cuñados, de Dominguín o de Ordóñez.

Murió disfrutando hasta el último momento de lo que más le gustaba: tocar en directo. El día veintitrés del mismo mes en el que nos dijo adiós, tenía proyectada una función en la sala Galileo Galilei, dentro del Festival Internacional de Jazz de Madrid. A lo largo de su extensa trayectoria le colgaron multitud de medallas y lo encomiaron con un sinfín de distinciones, pero el premio que más anhelaba era el de la cercanía y el reconocimiento del público cuando actuaba en locales tan emblemáticos como el Whisky & Jazz Club de Madrid, según él “el mejor club de jazz”, cerrado desde abril del 95.

Fue uno de los primeros artistas en fusionar el jazz con el flamenco, cuando en 1967 publicó el disco Jazz Flamenco junto al por entonces desconocido, jovencísimo —con apenas veinte años— y genial guitarrista, Paco de Lucía. Ese mismo año tuvo a gala el compartir cartel en el Festival de Jazz de Berlín con los míticos Miles Davis y Thelonius Monk, entre otros. Fue catedrático de saxofón en el Conservatorio Superior de Música de Madrid y colaboró con la Orquesta Nacional de España y la Sinfónica de RTVE.

Sonó en innumerables ocasiones en el Club de Música y Jazz creado en los setenta en el Colegio Mayor San Juan Evangelista, El Johnny, institución que fue un referente cultural y musical para la Ciudad Universitaria de Madrid en la etapa predemocrática, en la que la mayor parte de sus actividades bordeaban la censura. Mi esposa Mariana residía un poco más abajo, en la misma acera, en el Colegio Mayor Isabel de España. A la vez, yo hacía la mili en el Cuartel General del Ejército en Cibeles, donde estaba destinado, pero transferido al Consejo Supremo de Justicia Militar, hoy sede de la Fiscalía General del Estado, en la calle Fortuny. ¡Cómo pasa el tiempo! Eran los años 82 y 83 y, aún hoy, pareciera que estoy viendo los carteles anunciadores del show de Pedro Iturralde, algunos ajados y mutilados, pegados por los alrededores.

El testigo de Pedro Iturralde lo ha recogido Jorge Pardo, saxofonista y flautista madrileño ganador del premio Mejor Músico Europeo otorgado por la Academia Francesa de Jazz a principios de 2013. Me hubiese encantado oírlo en el marco incomparable de la alhóndiga nazarí del Corral de Carbón de Granada, cuando clausuró las tres jornadas dedicadas a Billie Holiday —la mejor voz del jazz en los últimos tiempos—, en el centenario de su nacimiento. No pude asistir porque fue a mediados de septiembre de 2015 y el curso estaba recién inaugurado. Sin embargo, unas semanas después, tuve la fortuna de escuchar esa sesión en el programa radiofónico El Bulevar del Jazz, en RAI (Radio Andalucía Información) de Canal Sur Radio, conducido por el erudito, sibilante y carialegre Javier Domínguez, divulgador de este estilo musical e impulsor de multitud de festivales, entre ellos, Jazz en la Costa, en Almuñécar, del que he sido espectador en sus últimas veinte ediciones. Se emitía justo después del espacio El País de los Sueños, que pilotaba el jienense Juan Antonio Jurado, una de las voces más reconocidas de la radiodifusión pública andaluza, que salía a antena todos los sábados y domingos de diez a doce de la noche. Durante algunos años esperaba con cierta ilusión que llegase el fin de semana para poder sintonizar esta emisión radiofónica. Recogía la música internacional más perfecta y elegante que se pueda imaginar, desde el smooth jazz al rhythm and blues, pasando por el latin jazz, el soul, el funk..., lo que me permitió disfrutar de los acordes interpretados por virtuosos saxofonistas, guitarristas o teclistas; maravillosos cantantes; o por legendarias bandas, en su mayoría de jazz suave.

Desgraciadamente falleció el día dieciséis del pasado mes de diciembre, cuando la Covid 19, que había contraído dos semanas antes, acalló para siempre su amigable y sugestiva voz. Cuando me enteré me quedé consternado, no solo por lo inesperado del suceso sino también por lo joven que era, había cumplido nada más que 56 años. A lo largo de los más de treinta dedicados a la radio —desde 1988 en Canal Sur Radio— fue modulando la voz hasta conseguir tales graves que elDiario.es (Andalucía) tituló así su artículo in memoriam: “Juan Antonio Jurado, el hombre que abrazaba con la voz”. En sus inicios, este locutor puso su inmejorable vocalización a diversas cuñas publicitarias; fue la voz en off de varios programas infantiles y de los primeros informativos de Canal Sur Televisión; y producía retransmisiones deportivas a la vez que presentaba espacios musicales y de entretenimiento. A propósito de la voz que se escucha de fondo, oí en uno de los últimos capítulos de la triunfadora serie La casa de papel que “Envejecer y madurar consiste en ir descartando sueños”; no será su caso, ya que no podrá envejecer y tampoco desechar sueños, solo ha tenido tiempo para amontonar amigos, oyentes y éxitos.

Descanse en paz y que Dios le haya asignado una frecuencia en el dial de la parrilla en la emisora celestial. Nos queda el alivio de poder recuperar de la fonoteca los incontables audios y podcast con los que ha dejado sembradas las ondas, haciendo buena la frase que aventurara el nobel Juan Ramón Jiménez: “que la muerte cuando llegue, sólo encuentre un pellejo vacío, porque nuestra sementera humana la hemos esparcido fecundamente”.

Es raro el día que no escucho un disco de smooth jazz —más que nada de saxo— mientras leo, pinto o paseo. Hay quienes opinan que “el único jazz que le gusta a los que no les gusta el jazz, es el smooth jazz”. Tal vez tengan razón, o no.

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