Mudanzas
Cambiar de hogar implica pasar por una centrífuga emocional hasta que se cierra por última vez la casa en la que pasamos un período de nuestra vida. Hasta la última vuelta de llave no somos conscientes de la cantidad de cosas que nos acompañan sin que hagamos uso de ellas, la ropa que nos abandona, los libros y medicinas que se acumulan invierno tras invierno en la conciencia del frío. Como ángeles fatuos, nos vienen desde los bolsillos pequeños obsequios que nos invitan al suelo y en su tacto cedemos la mirada a ese instante al que nos transportan para imprimir en nosotros su gratitud o duelo. Curiosamente, a veces los devolvemos a esos mismos escondites para encontrarlos de nuevo en la siguiente mudanza como balizas o pasadizos que conectan cada etapa y evalúan el estado de la compasión con que nos acogemos a su azar. Europa también está de mudanza. No sabemos adónde la encontraremos mañana en medio de las ruinas morales que la acechan, porque ya no quedan lugares a salvo de ese fascismo que se despereza sin complejos, mientras nos asamos a fuego lento en la calima de sus tipos de interés y sus interesadas seducciones llenas de odio reaccionario contra la verdadera libertad de su humanismo original.