Mucho arroz con pollo y mango

28 ago 2016 / 11:58 H.

Huele a comida siempre, que en toda Asia, en Jaén de Filipinas también, es común comer todo el día, a todas horas, en plena calle. A las primeras briznas de sol, a trabajar y a andurrear de acá para allá, se abren los mercados y los comercios de semillas, los tajos se llenan de jaenians aventando y moviendo arroz para que se seque (a menor humedad, mayor precio) y si al oscurecer da repelús transitar por sus calles, vacías completamente, sin un alma que consuele tu inquietud, de día, estar más arropado es imposible. Es un caos el centro, el tráfico de triciclos (salen a uno por cada tres habitantes) y en ese desorden emergen en cualquier esquina de la ciudad o en el más insospechado camino de arrozales un puesto de venta, escasean los ambulantes, son fijos, permanentes y al aire libre, aunque nada más verlos se adivina una fragilidad de hierro. Pucheros de carne y adobo, mucho adobo, pringue y caldos que se adivinan suculentos. Les gusta el picante y avisan con una gran carcajada de ese pequeño pimiento que abrasa la boca a los no filipinos; su pan es blanco, en grano, cocido siempre y servido como un flan, es su arroz, el arroz blanquísimo típico de Nueva Écija, la provincia en la que está la ciudad de Jaén. Arroz con pollo y, a veces, pollo con arroz, para desayunar, en el almuerzo y de cena, comida de reyes y paganos en aquellas latitudes, que los pudientes ya se hacen de acopio en las cadenas americanas para saborear, eso, americanadas filipinas. Si a la expedición de Diario JAÉN que viajó hasta el Jaén del Perú les llamó la atención que los domingos las familias se juntaran a comer “papas con cuy” (un roedor que sabe a liebre), agrandaron en Filipinas su capacidad de sorpresa con el “balut” (fetos de pato cocidos en el mismo cascarón), un manjar de tres por un euro al que no todos tienen acceso. Ya les decía, mucho arroz y barbacoa humeante con pescado barato, el pez gato, negro y feo, que no sabe a nada, pero alimenta un montón. Ah, si quieres saborear cosas normales por estos nuestros jaenes, te acercas a un puesto de pollos asados famélicos, ni cebados a hormonas ni hinchados a pienso, pura gloria culinaria pese a sus indescriptibles brebajes de aderezo. A los postres, cualquier fruta abundante por allí, desde rambután (¡pruébenla!) a mango, sobre todo mango y el halo-halo, que es un helado, pero también cualquier cosa sorprendente que ustedes imaginen, eso sí, vitamínico y fresquito.