Moralistas de pueblo

23 feb 2023 / 17:35 H.
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Los que somos de pueblo hemos sufrido en nuestras propias carnes la moral conservadora desde siempre. Se trata de sociedades cerradas en las que no se conoce el liberalismo. Simplemente no existe. Dicho esto, en todas partes la moral es una cuestión delicada. Todo el mundo convendrá conmigo en que pertenecer a países como España, de sólida raigambre católica, dominada por el Opus Dei y sectores ultramontanos, significa haber adquirido una serie de adoctrinamientos y consideraciones sobre el sexo fuertemente asentadas no solo en los saberes y consensos más divulgados y extendidos, sino en el inconsciente colectivo. El sexo es tabú. Ahí se sitúan el PP y Vox, ahora escandalizados porque Ione Belarra, la líder de Podemos, en un acto público marcaba los pezones por debajo de un jersey fino, y no llevaba sostén. Las fotos son muy elocuentes y se han reproducido viralmente por los medios y las redes. Los que somos de pueblo, como digo, tuvimos que soportar estos pudores, vergüenzas y cargos de conciencia ajenos desde muy pequeños. En ciudad, no obstante, las cosas eran distintas, si bien tampoco fueron siempre ideales. Pero lo que no deja dudas es que España cambió mucho en las últimas décadas, y ahora nadie se sorprende por ver unos pezones. Recuerdo vivamente la primera vez que vi el mar. Yo tenía 13 años y fuimos a Alicante, cerca de Torrevieja, a llevarle a mi hermano, el Guardia Civil, su coche, un Seat Ibiza. Él estaba allí de servicio. Mi padre, que era autónomo, nunca se cogió vacaciones, pero aquel fin de semana largo sí perdió un día de trabajo. Era algo excepcional. Verano del 87. Cuando llegamos a la playa, me quedé asombrado por la belleza del Mediterráneo, pero no puedo de igual modo ocultar la impresión que me dio ver a las mujeres haciendo topless. Suena un poco chocante pero, ustedes me disculparán, yo era un palurdo de pueblo que miraba a las jóvenes lucir sus pechos turgentes bajo un sol de justicia. ¿Qué se le podría reprochar a aquel adolescente? Lógicamente, nada. Igual que yo, tantos otros. Nos habíamos criado en el catolicismo rampante, y aquella España no había despertado del sueño posfranquista. Tuvieron que llegar los eventos y las autovías del 92, y muchos más cambios —en mi vida y en este país— para que dejara de remirar a las chicas haciendo topless, si bien hay una lectura que va mucho más allá de lo que yo viví, y tiene que ver con los procesos de transformación de esta sociedad, tan maltratada por la moral ultracatólica y rancia, que en estos tiempos insiste en revivir la derecha y la ultraderecha. Parece que no se han enterado de lo que supuso el liberalismo o de que en 1968 las mujeres se empoderaron y dejaron de llevar sujetador, cuando les apetecía, sin tener que dar explicaciones. Que su continua sexualización es otra manera de ejercer violencia de género contra ellas. Incluso se ha acusado a las mujeres en el Canal Sur de Juanma Moreno, que va de simpático por el mundo, de amiguete, y pidieron disculpas... Podríamos citar más conquistas, nada fáciles de conseguir, y que costaron sangre, sudor y lágrimas. Así que solo espero que la gente tome nota de lo que supone dar pasos hacia atrás. De que no hay ninguna razón que nos impida ir hacia atrás. De que hay fuerzas económicas, poderes y partidos políticos muy interesados en ir hacia atrás. Solo espero eso.

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