Mitad de cuarto de desengaño

01 oct 2019 / 08:51 H.

Buenos días. Por favor, ¿sería tan amable de ponerme cuarto y mitad de libertad de expresión? Es que en casa la consumimos mucho. ¿A cuánto sale el kilo? ¡Madre mía! Está carísima. Ya sé, ya sé que últimamente está muy complicado conseguirla, que todos esos sucedáneos de libertad de expresión que circulan gratis por las redes sociales han convertido la auténtica, la natural de toda la vida, en un producto de lujo. Póngame entonces mitad de cuarto. Tocará dosificarla. Es el signo de los tiempos. Bien. Gracias. No, no me la envuelva. Voy a consumirla ahora mismo.

Verá, yo es que sobre todo he venido a este establecimiento para devolver mi papeleta de voto. Sí, la adquirí aquí, en esta tienda. Recuerdo que en cuanto la vi, tan prometedora, tan pura, en el estante principal del escaparate, me enamoró porque representaba, según la publicidad, justo lo que yo andaba buscando. Además, el muchacho del mostrador que me atendió llegó a prometerme que esta papeleta de voto constituía un compromiso insobornable por parte de la empresa que iba a resolver todos mis problemas políticos de una vez por todas. Verá, resulta que yo estoy muy concienciado con la realidad social. Y, en fin, yo venía notando últimamente que mi partido político de toda la vida ya no era tan eficaz, había perdido potencia. Al hacer la colada, por ejemplo, no lavaba la corrupción como Dios manda, y me dejaba restos de suciedad en la conciencia y yo estaba harto de frotar y frotar.

¿Cómo dice? ¿Qué a lo mejor es un problema de la fecha de caducidad? No señor, se suponía que esto aguantaba cuatro años, ¿no? ¿Qué insinúa? ¿Qué tal vez el problema es que yo le he dado mal uso? Ni hablar, he seguido las instrucciones al pie de la letra. Y mantenimiento sí que gasta, que me ha venido la factura de este mes de las instituciones públicas y es un dineral lo que yo llevo invertido en este trasto inútil. Así que haga usted el favor de hablar con sus jefes porque yo tengo derecho a una solución. He llamado un montón de veces a “atención al cliente” y después de tenerme casi una hora esperando con un horroroso popurrí de sintonías electorales de fondo, cuando al fin se me ha puesto el teleoperador, lo único que ha hecho ha sido darme largas.

Y me da mucha pena venir aquí a reclamar, no se crea, porque esta es mi tienda de toda la vida y soy cliente desde los 18 años, y he consumido de todo: Utopías, votos de castigo, plebiscitos de adorno, votos útiles, pero estoy muy desengañado y me van a empujar ustedes a la competencia. En la tienda de enfrente, tienen una oferta de abstenciones superatractiva, y están los dependientes que no dan abasto, atendiendo antiguos clientes de ustedes, insatisfechos como yo.

Ya sé que la crisis les ha pasado factura y por eso se han tenido que reconvertir en comercio “low-cost”, pero no, no deseo adquirir esa oferta inmejorable en demagogia que me ofrece. Aunque esté de moda, no es eso lo que busco, yo solo quiero un poco de democracia de toda la vida.

¿Cómo dice? Ah, que ya tiene la respuesta de sus jefes. Perfecto. Dígame. ¿Qué? Que lo único que pueden hacer por mí es darme otro voto. No señor, yo no quiero otra papeleta. Si es de las mismas características que la anterior, ¿quién me garantiza que esta vez funcione? ¡Lo que yo quiero, maldita sea, es que me devuelvan la ilusión!