Miserias humanas
Se dice que, por desgracia, las miserias humanas son muchas y siempre existieron. Y es verdad, pero lo que no es verdad es que existan estos problemas sociales por desgracia sino que las miserias humanas son fruto de la acción de humanos miserables.
Esa es la cruda y cruel realidad, la injusticia humana de quienes todo lo quieren, todo lo ambicionan y no reparan en los medios que deben utilizar para conseguir más dinero y más poder. Incluso, como venimos sufriendo a través de los siglos, el aplastamiento sin piedad de seres humanos que se debaten en la angustia, la miseria y la tragedia de no tener un techo bajo el que cobijarse ni un trozo de pan para ellos y sus hijos.
Lo que está pasando con los refugiados clama al cielo y Europa cierra los ojos y se vuelve de espalda para olvidar este horrendo drama de muchos millares de personas. Y nadie siente pudor y, mucho menos, vergüenza.
Estamos echando tanta basura sobre nuestra propia conciencia que llega a pudrirse, a secarse, a desaparecer. Porque humillar a las personas indigentes, humildes, pobres, por muy marginadas que estén —algo injusto— es un síntoma inequívoco de no tener conciencia. Ya tenemos este macro ejemplo que se ejerce contra los refugiados de las guerras, pero es que hay cada día más testimonios de que esta maldad de seres miserables se prodiga. Lo que hemos visto por los medios de comunicación la última semana, protagonizado por algunos hinchas futbolísticos holandeses, británicos y suecos es un testimonio repugnante de seres sin conciencia que se burlan y humillan a personas que piden limosna por las calles. Y, el colmo de la vergüenza humana, fueron esas imágenes en las que dos impresentables forofos suecos orinan sobre una pobre mujer indefensa, humillada y acurrucada sobre el asfalto de Milán. Todavía son recientes las imágenes en las que el Papa Francisco se inclinaba ante personas pobres y enfermas para lavarles los pies e incluso besar su rostro cubierto de llagas.
Una lección de amor fraterno. Es verdad que nadie puede obligar ni con palabras ni con castigos a que los seres humanos se amen los unos a los otros, pero sí se puede obligar con todo el peso de la ley a que unos miserables desalmados no humillen con tanta indignidad a un semejante. Y es lo que las gentes honestas están esperando de la justicia.