Mirando desde el cielo
Uno de los momentos felices que recuerdo fue la primera vez que pasé volando sobre nuestra provincia, con ocasión de un viaje en avión entre Sevilla y Barcelona. Desde la ventanilla iba mirando hacia la tierra y siguiendo el cauce del Guadalquivir intentaba nombrar cada uno de los pueblos y ciudades que por los que pasaba la ruta. Sentí un calambre especial cuando reconocí la Herradura, un paraje de mi pueblo donde se unen los ríos Guadalimar y Guadalquivir y a partir de ese punto, rumbo al este, contemplé el paisaje urbano de Torreblascopedro. En primer lugar están las dos hermosas vegas, una en cada río, que tanta vida y trabajo han dado a nuestros mayores, luego la dehesa boyal con su tierra roja y sus olivos centenarios, que es la vertiente oeste del término municipal y linda por el sur con el camino alto y por el norte con el cementerio donde descansan nuestros antepasados, las eras donde se trillaba, aventaba, se recogía el grano y se hacían los almiares, el arroyo de las fuentes donde se llenaban los cántaros de agua dulce y el pilar donde abrevaban las bestias, la calle del Pilar, que es la más larga del pueblo, la carretera de Linares, la calle Jaén donde jugaba cuando era niño, la calle del Cuartel, la calle de los Muertos y la calle Villa, la iglesia, el paseo, la calle Ancha, la calle de la Posada, el callejón del Gato, el barrio nuevo y la Cruz que marca el fin del núcleo urbano en cuyos aledaños están las escuelas, que dan paso por el llano de Calatrava cuajado de olivos milenarios a los estacares de la campiña cortada por la vía del tren que une Linares-Baeza con Granada y Almería.
Cada vez que tomo la pluma y comienzo a escribir me viene a la mente la imagen de un pueblo rodeado de olivares, ese lugar de mis vivencias más íntimas, dulces y entrañables las más de las veces, ese Virimar de mis mejores sueños repletos de travesuras de la niñez, añoranzas de amigos de juventud, del amor de la mujer que es hoy mi esposa y compañera de vida, del recuerdo de mis padres que me educaron y trabajaron duro para salir adelante en tiempos difíciles, en definitiva de todo aquello que me colma de felicidad. Otras veces, la realidad se vuelve incómoda y en algunas ocasiones el pueblo que veo es ese Torreblascopedro, donde nací y se hunden mis raíces, que me ha ofrecido algunos momentos bastante amargos que también son parte de la vida que ahora contemplo sin rencor y con la serenidad de la vejez porque dentro de mí tengo asumida esa extraña dicotomía, ese amor y desamor que son las dos caras de una misma realidad, que aflora con esos recuerdos que ya sólo son como la borrosa silueta de sombra de un avión que como una nube pasa sobre mi pueblo. Sé que estoy lejos de allí y eso me aflige, pero en mi memoria tengo grabada la esencia de ese lugar y de algún modo recordar eso me hace feliz.
Alcanzar la felicidad puede que sea la ilusión y el deseo más común de todos los mortales, pero la realidad de la vida nos hace ver que no es posible llegar a sentirla en la mayor parte de los casos e incluso en aquellas contadas ocasiones en que algunos agraciados por la fortuna consiguen acercarse a ese estado de privilegio, sienten el temor a perderlo y no llegan a disfrutar de forma plena, porque la felicidad quizás sólo es un estado de ánimo placentero. No hay una definición clara de la felicidad porque no tiene el mismo significado para todas las personas, ya que no consiste en una realidad concreta, sino que depende de la percepción que cada cual hace de aquello que desea y consigue. Por su condición de estado de ánimo, sabemos que es algo efímero y quebradizo que no podemos controlar porque en gran medida depende de influjos externos que afectan de manera aleatoria a nuestra personalidad haciendo que reaccionemos siguiendo pautas de conducta más o menos previsibles en algunas ocasiones y contradictorias en otras. A priori, no es posible determinar de qué depende una u otra respuesta a un mismo estímulo porque influyen muchos factores y circunstancias externas. Pero cada uno de nosotros, sabemos que cuando se produce un hecho concreto que nos genera satisfacción, con mucha probabilidad vamos a reaccionar de la misma manera una y otra vez porque la memoria nos dice que ya lo hemos experimentado y nos ha proporcionado cierta felicidad.