Miradas al cielo

21 mar 2016 / 17:00 H.

Es triste elevar la mirada al cielo jiennense y verlo cubierto de oscuros nubarrones. Ya sé que hay tiempos en que se clama y se ruega por que caiga la lluvia sobre nuestros campos y sobre nuestras calles. Pero esta semana, la Semana Grande, la Semana de Pasión, la Semana Santa, es triste, sí. Son muchas las voluntades, los trabajos, los esfuerzos e ilusiones de centenares de cofradieros los que se rompen. Que las imágenes titulares de una cofradía se queden bajo el techo de su templo sin poder efectuar el desfile procesional tan esperado quiebra el alma de los hombres y mujeres que trabajaron durante un año para tenerlo todo a punto y la de miles de ciudadanos que se ven privados de contemplar la solemnidad y brillo de las procesiones. Hoy, la ciudad mira al cielo esperando ver brillar el sol. Y mirará mañana, y toda la semana.

Pienso que al cielo hay que mirar siempre, para ver si va a llover y para otras cosas. Con el paso de lo años, uno va acumulando allá arriba —así quiero creerlo— más familiares y amigos de los que nos van quedando por estos pagos terrenos. Una mirada al cielo y la coincidencia de un Domingo de Ramos como el de ayer, me trajo a la memoria el recuerdo de un buen amigo de juventud que dedicó muchas horas de su vida a la Cofradía de la Entrada de Jesús en Jerusalén, desde que hacía su salida del convento de las Bernardas, al que tantos hechos inolvidables me ligan desde que nací, porque fue allí donde la hermana San José me bautizó hasta que la guerra permitiera abrir mi parroquia, la de San Ildefonso. Participé en alguna de aquellas primeras procesiones de esta cofradía desfilando con el Frente de Juventudes.

Sin embargo, no fue esta pasión de mi amigo, Luis López Morillas, la que me unió a él en una cordial y leal amistad. Luis López siguió un camino que yo dejé a los 18 años y se dedicó durante muchos años a colocarse una nariz roja de payaso para colmar de sonrisas a chicos y grandes, formando pareja primero con Juanchi García López y, después, con el hermano de éste, Quini, una entrañable persona y amigo de quien hace mucho tiempo no sé nada. Por eso pienso que cuando llueve en Semana Santa, revueltas con la lluvia, caen las lágrimas de los muchos grandes cofradieros que ya nos dejaron y que lloran porque sus imágenes no salen a la calle.