Mi voto y yo

17 may 2023 / 09:00 H.
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Para mí, las elecciones, son un tema complicado. Yo para decidirme necesito siempre ayuda. Menos mal que unos días antes de cualquier cita electoral recibo, sin falta, una visita muy esperada. Se trata de alguien especial. Al asomarme al buzón me lo encuentro, con su ingenua sonrisa y su actitud entusiasta. Por supuesto, estoy hablando de mi voto.

Él y yo somos distintos, a mí los años me han convertido en un tipo escéptico. Pero mi voto, aunque ya no sea el joven idealista de los primeros sufragios, todavía cree firmemente que está en nuestras manos cambiar las cosas. A mi pobre y humilde voto hay legislaturas en las que le echan encima un jarro de agua fría con la pretensión de convertirlo en papel mojado. Pero él, muy digno, se recompone y es capaz de retornar con renovados bríos.

Es paciente, no le queda otro remedio. Después de pasar cuatro años arrinconado en el fondo de una caja, mezclado con otras inútiles papeletas, en un húmedo trastero al que fue desterrado por orden de la junta electoral central, mi voto retorna, siempre, muy animado.

Se muestra impaciente por cumplir con su destino. Yo trato de calmarlo, pero a veces me despierta en mitad de la noche para decirme que está muy emocionado porque se acerca el día en el que por fin lo llevaré de la mano hasta el colegio. Y hay algo en su mirada soñadora que me conmueve. Yo, una y otra vez, trato de explicarle que, en realidad, somos insignificantes, que sería necesaria la unión de muchísima gente para que nuestro minoritario modelo político pudiera llegar a concretarse. Sin embargo no se rinde. Él es pequeño pero matón. Aunque contemplado en soledad parezca minúsculo, la historia nos demuestra que cuando se juntan muchos como él, son capaces de derribar sistemas, de poner en pie proyectos imposibles, de hacer magia electoral. O al menos eso piensa él

Yo soy bastante fatalista, he de reconocerlo. Como un Hamlet electoral me planteo, frente a la urna, la trágica duda existencial: “votar o no votar, he ahí el dilema”. Pero mi voto no tolera ningún tipo de duda al respecto. Para él la abstención es el suicidio de la democracia. “No podemos convertir los recipientes electorales en urnas mortuorias”, clama indignado. Para mi pobre, ingenuo y entusiasta voto hay una palabra tabú: “abstención”. Cuando alguna vez le he planteado, tímidamente, esa posibilidad, la angustia se reflejaba en su semblante. Él como mucho es capaz de tolerar el voto en blanco, aunque con reservas. En fin, cuando me muestro escéptico, me mira muy serio y me suelta con voz profunda: “¡Escúchame, para que yo y otros como yo podamos existir, mucha gente, a lo largo de la historia, ha entregado su esfuerzo y hasta su existencia! Demasiadas personas heroicas han peleado hasta exhalar el último hálito de vida, para que tú puedas votar. En el panteón de los héroes la palabra democracia está escrita con sangre”. Ante algo así no me queda más remedio que bajar la mirada y volver, avergonzado, a mis deberes, es decir, a estudiar en profundidad todos los programas electorales de las formaciones en liza. Y mientras tanto mi voto se lo pasa pipa mirando en su facebook la manipulación de unos y otros, y se le escapa, de vez en cuando, una sonora risotada viendo cómo los militantes de cada bando se reparten, entre sí, golpes y medallas.

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