Mi terraza de Madrid

    22 mar 2020 / 14:11 H.
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    Mi terraza está en un octavo de un piso humilde ubicado en un barrio madrileño que fue obrero hace cincuenta años, y que hoy está aún más alicaído. El coronavirus le ha añadido quietud. Las calles están vacías. Los grafitis de los cierres metálicos de los negocios son ya viejos conocidos, los vehículos permanecen inmóviles y los autobuses circulan tristes. A esto se añade desconfianza. Los grupos de personas son una especie extinta y el instinto te aparta de los que te cruzas. En las colas se duplica la distancia de seguridad. Por contra, el barrio ha redescubierto la terraza o balcón. Hoy, en el edificio de enfrente, la mujer del sexto hacía senderismo mientras que los abuelos del octavo ordenaban sus enseres y el del séptimo lo utilizaba de almacén de albañilería porque, llana en mano, ponía la casa como los chorros del oro. La tarde se reserva a los aplausos a los sanitarios, muchos, las caceroladas al rey emérito, escasas, o a lo que las redes sociales decidan. También hemos redescubierto el cariño de los nuestros y a los nuestros, aunque el teletrabajo es la principal novedad. Espero volver a escribirles, junto a Francisco, el mes que viene. No queremos que falte ninguno. Cuídense.

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