Mi reflexión culpable

    08 abr 2024 / 09:06 H.
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    En principio, anhelo más que nada el silencio con evitación del relámpago de iras que precede en este país a la contienda política, desoír la crónica diaria de tantos y tantos despropósitos. Pero ocurre que, en determinados supuestos, me adentro en una incómoda introspección, como si me pesara la conciencia de la perpetración de un crimen colectivo por omisión del que, junto a millones de ciudadanos, me siento autor. Tal sensación la tuve, cuando intente ilustrarme de lo acontecido en la dictadura franquista, este es, con posterioridad a la guerra civil. Decenas de miles de sentencias con condenas a la pena de muerte. Horror institucional que, al parecer, ahora se pretende blanquear, con la modificación de la Ley de la memoria histórica que se reputa de la discordia, propugnando en su lugar una nueva Ley que eufemísticamente denominan Ley de la concordia, promovida por Vox y PP. En igual sentido, cuando le tomé el pulso a la dictadura de Pinochet en Chile o a la dictadura argentina. Era entonces como una indagación reflexiva de como una dictadura es capaz de penetrar en lo más íntimo de una vida. Léase la narrativa de Federico Blendin, “El gusano de una dictadura””. Pero las conclusiones que extraigamos pueden ser más perversas, si a lo que formalmente tiene la naturaleza o apariencia de democracia, se le atribuye, con sólidas razones, un más que reconocido genocidio. No me importan las reiteraciones. Me estoy refiriendo a Gaza, y a su permanente tragedia. Es comprensible que todo juicio que entrañe crueldad, con respecto a la comunidad judía, se atempere, en razón del horroroso holocausto que hubo de padecer en el siglo pasado. Ello no obstante, sin ánimo de equiparar aquella tremebunda tragedia con lo sucedido en Gaza, sí debiera significarse una relevante circunstancia: aquel alevoso y criminal genocidio se produjo a espaldas del mundo, incluso de gran parte del concernido pueblo alemán. Lo que ahora se ofrece a todos los telediarios del mundo es la crónica despiadada de cientos de asesinatos diarios, con todo lujo de detalle, sobre la indiscriminación de las víctimas, y la destrucción, esta sí programada de la ciudad que tardara décadas en reconstruirse, si sus moradores no se ven obligados a huir que acaso sea el objetivo que se persigue. Y ante esto descarado crimen humanitario cómo reacciona la Europa de las democracias. ¿Cuántos presidentes de países han llamado a consulta a sus embajadores? ¿Cuál ha sido el criterio de esos dos países, paradigma de la democracia, EE UU y Reino Unido? ¿Cómo está reaccionando el pueblo judío ante la gestión de Netanyahu? Dos puntualizaciones deben realizarse. El único Presidente, de un país europeo junto al de Bélgica, que, tras condenar los asesinatos de Homás, hablaron con claridad y crudeza fueron el español y el belga, frente a los que el gobierno de Israel ha abierto una crisis diplomática, por cómo se ha requerido a éste a respetar el derecho humanitario. Que Sánchez diga que la matanza indiscriminada de civiles inocentes, incluidos miles de niños y niñas, es completamente inaceptable, es una afirmación que debe hacer suya cualquier demócrata del mundo, incluidos los de Jaén, máxime ahora que algunos de sus productos son ingredientes esenciales de la globalización. Más allá de las objeciones que pueda esgrimir frente al Presidente de mi país, en este momento y materia, me siento absolutamente orgulloso de Pedro Sánchez.

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