Mi amargura
Hay palabras que saben a amargura, que se niegan a ser escritas, es más, que ni brotan en este folio en blanco. Sólo una marcha me empuja a recordarte, amigo, a ponerle voz a los que queremos decirte todo lo que te echaremos de menos estos días con olor a incienso. Te recordaremos en el dintel de la iglesia cuando el sonido de la campana del trono anunciaba a tus hombres que comenzaran a andar con pasos elegantes y corbatas bien ajustadas; en ese aliento de “qué buenos sois”, en cada nota musical que tanto disfrutabas, en cada esquina a la espera del desfile procesional, en cada celebración religiosa y en cada cerveza compartidas, en ese barrio silencioso y humilde esperando a su Cristo, en los colores de las túnicas, en la cera derretida y en ese arte cofrade que moldeaban tus manos. Y nos refugiaremos en la mirada de esa Madre que bien entiende de dolor como tantas otras que sufren calladamente, nos perderemos en su manto morado para aliviar nuestra amargura en su nombre y en su belleza. “Menos pasos quiero” te dijo la vida, amigo, quién lo iba a imaginar. La vida se rasgó pero sabemos que, desde un balcón privilegiado, seguiréis alentando en el desaliento y en la amargura.