Menos mirar al palco

08 ago 2020 / 16:33 H.
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Como no teníamos bastante en este caluroso agosto de mascarilla permanente, rebrotes imprevistos y vacaciones canceladas, se abre ahora el debate sobre la corona. La decisión —forzada— del Rey Juan Carlos de salir temporalmente de España, ha abierto la veda antimonárquica para que la alianza antiespañola —a estas alturas hay que llamar a las cosas por su nombre— dispare sus flechas envenenadas. Empiezan por forzar que se vaya para después criticar que se haya ido. Que ha huido, dicen. Y lo dice, entre otros, y desde Bélgica, el prófugo catalanista, representante de Pujol en la tierra: Puigdemont. Da igual que, por ahora, no esté imputado por ningún juez español ni extranjero. Eso de la presunción de inocencia se ve que vale según para quién. Los deslices —ciertamente poco edificantes— del Rey Juan Carlos no van a ser suficientes para ocultar su feraz bagaje de cuarenta años de servicio, pero se lo han puesto a huevo a quienes están contra cualquier cosa que huela o represente la unidad de España, tal como queda definida en la misma Constitución que ellos se vienen saltando a la torera impunemente. La justicia, de acuerdo con las leyes, resolverá. Y luego será el tiempo el que acabe de ajustar la balanza de don Juan Carlos. ¡Ojo! Y la de los demás. Es importante que el propio presidente del Gobierno haya sido el encargado de dejar claro a propios y extraños que lo que se juzga —si llegara el caso— son las personas, no las instituciones. Porque si se cuestiona la monarquía por el comportamiento puntual de un monarca, ¿qué deberíamos hacer con los partidos políticos y los sindicatos después de lo que tenemos visto y nos quedará por ver? Mientras tanto, en el ruedo ibérico, en la España de la calle que algunos no pisan, fuera de los cenáculos y mentideros de la corte, los problemas acuciantes son otros. No son ideológicos ni mucho menos. Son dramas personales, sanitarios, familiares, psicológicos y laborales. La segunda oleada de la pandemia amenazando, empresarios arruinados o cerca de estarlo, trabajadores sin trabajo o a punto de perderlo definitivamente, jóvenes desorientados, pueblos despoblados, ancianos encerrados, agricultores olvidados, escuelas medio vacías, familias que no llegan a final de mes y colas en los comedores sociales de esas nobles instituciones que amortiguan el golpe mientras los ministros de la cosa social andan enfrascados en la polémica “real”. De las colas del paro no hablamos porque ya no hay. Ahora los millones de parados andan peleándose con el ordenador o pagando gestorías para poder hacer sus trámites o conseguir la “cita previa” en el SEPE y en el SAE. Lo cierto es que para la mayoría de los españoles este asunto de la realeza no ha sido ninguna sorpresa. En un país que parece haber asumido la corrupción como inevitable, donde cobra comisiones hasta el apuntador —y el que no las cobra se calla, por si encima lo tratan de gilipollas—, entraba dentro de lo posible que la cosa llegase hasta el de arriba. Igual con los años don Juan Carlos se confundió y en lugar de dar ejemplo lo tomó. Sea como sea, lo que parece poco serio es que los que tienen en sus manos la posibilidad y la obligación de gestionar bien la situación tan grave en la que estamos, dediquen tanto tiempo a estas lides. Menos mirar al palco y más coger el toro por los cuernos. No por el rabo.

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