Memoria reciente

    02 jul 2021 / 15:36 H.
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    En aquellos años, mientras la mayoría de la población perdía capacidad adquisitiva y caían en picado las rentas del trabajo, sobre todo, a través de la reducción de los salarios, las tasas de crecimiento económico disminuyeron, pero no parecían hacerlo tanto como mostraba la tremenda realidad que todos vivíamos a pie de calle. Hubo dos motivos: primero, el enorme aumento del gasto público por parte de Alemania durante la reunificación en este país, por la enorme inversión pública que se realizó en Alemania Oriental. Lo que significó no solo un gran estímulo en la economía alemana sino también en la europea. Y segundo, el gran endeudamiento que propició el desproporcionado crecimiento del capital financiero, gracias a la bajada de la capacidad adquisitiva y de los salarios de la mayoría de la población y que obligó a la gente a endeudarse. La demanda doméstica caía, la economía productiva perdía rentabilidad por esa misma falta de demanda, y el capital financiero se dedicó a invertir en la economía especulativa. Todo era una gran fiesta y el alto riesgo de esa actividad especulativa nos trajo el milagro de las burbujas entre tanta felicidad y tanta falsa euforia —hasta que explotaron— el presidente Aznar nos lo decía henchido de orgullo, “España iba bien”.

    Se culminaba así la Revolución Neoliberal iniciada a finales de los setenta y principios de los ochenta por gobiernos como los de Thatcher en Gran Bretaña y Reagan en los Estados Unidos. Nos regalaron una ideología que también sería dominante en Europa y que más tarde harían suya incluso los socialdemócratas, con Tony Blair en Gran Bretaña, Hollande en Francia o Zapatero en nuestro país, entre otros; inspirados todos por los cambios iniciados en su partido por Clinton y que más tarde continuaría Obama. Se nos regalaba una doctrina y una ideología donde los gobiernos, asimilados al Estado, debían reducir su regulación y el gasto público. Se debían desregularizar los mercados financieros, comerciales y laborales ya que eso liberaría un gran potencial creador en ellos. Y tanto el mundo del trabajo como el del capital debían globalizarse. Aquello iba a ser el paraíso en la tierra con un enorme crecimiento económico mundial bajo un nuevo orden internacional. Los Estados perdían poder frente a las empresas multinacionales que centraban sus esfuerzos y su actividad en la globalización. Este dogma neoliberal fue perdiendo credibilidad con algo tan nítido y simple como la realidad empírica existente. Para muestra un botón: Reagan fue el presidente que subió los impuestos del mayor porcentaje de población desde los años cuarenta. Por supuesto, bajó, y mucho, los impuestos de la población de su país con un nivel de renta superior. En el gasto público nunca se cita que en su país ese gasto aumentó con los subsidios y ayudas a empresas privadas y en gasto militar. En nuestro país, por poner algún ejemplo más, mientras se recortaban las pensiones para conseguir 1.200 millones de euros se bajaban impuestos como el de patrimonio, sucesiones y el de sociedades que llegaron a reducir en 27.000 millones los ingresos del estado entre 2007 y 2008. La crisis social por la aplicación del neoliberalismo nos llevó a unos niveles de sufrimiento que explican la explosión social con movimientos como el 15M. La reforma del artículo 135 de la Constitución, que establecía como prioridad el pago de la deuda pública por encima de todo lo demás volvía poner por encima del bienestar de la población los intereses de los poderes de siempre. El paro alcanzó en 2013 los 6,2 millones de parados y la tasa de paro juvenil llegó al 57,22 %. Los recortes y las privatizaciones llegaron a niveles inaceptables. Solamente el presidente Rajoy recortó 25.000 millones de euros en sanidad, educación y servicios sociales.

    Mi resumen de aquella fiesta es mostrar lo falso de ese discurso supuestamente antiestado del pensamiento neoliberal. Durante este periodo de nuestra historia reciente el Estado creció en intervencionismo para aumentar los intereses del capital a costa de los intereses del mundo del trabajo.

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