Memoria (intra) histórica

08 dic 2022 / 16:00 H.
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Aunque solo sea con la típica palmadita en la espalda a todos nos gusta un poco de consideración. Es muy natural, justo y de agradecer que se reconozcan los méritos a aquel que los tuviere. Y si puede ser que sea antes de morir. También vale después. Pero ya eso de pasar a la historia suena lejano para la mayoría de los mortales quedando la exclusiva para ciertos personajes de especial enjundia. Por eso no debería de extrañarnos que quien ocupa el puesto de presidente del Gobierno de una de las naciones más importantes del mundo piense en pasar a la Historia. Entre otras cosas porque haber llegado a serlo ya lo coloca en ella. Ahora bien, por muy alta estima en la que se tenga —que parece que es el caso— adelantarse al juicio de la misma adivinando y dando por buenos los motivos por los que se le recordará no deja de ser un atrevido —aunque ingenuo— ejercicio de vanidad. Porque la misma historia enseña que no se puede saber lo que en el futuro se pensará o se escribirá ni cuál será la importancia que a cada actuación con el tiempo se le dará.

Según Jorge Manrique, junto a la vida terrenal —que acaba con la muerte— y la vida eterna —que empieza con ella— existe una tercera definida como la vida de la fama, y que, sin ser eterna, perdura también más allá de la propia muerte a través del recuerdo de “una vida de gloria labrada con honor”. Es una forma de perdurar en el tiempo ganada en la vida terrenal mediante el heroísmo y/o el desarrollo de la excelencia humana. En ese convencimiento, el segureño escribió las “Coplas a la muerte de su padre” porque él pensaba que el valor y las hazañas de Don Rodrigo merecían ser conocidas y apreciadas en la tierra más allá de la muerte. Y lo consiguió. Pero miren por donde el que pasó de verdad a la historia, más que el padre por sus hazañas, fue el poeta por cantarlas. Osea que nunca se sabe a este respecto lo que la historia contará. Aparte de que según el cómo y el porqué pasar a la historia es algo que no da patente de nada. Dada la situación lo mejor sería no pasar si para ello hay que saltar por encima de la moral o de la verdad. Porque a la vista de algunas de sus actuaciones, en relación con las leyes y las instituciones del Estado, no queda muy claro si lo que pretende el presidente Sánchez es pasar a la Historia de España o a la historia de su disolución. Lo de Franco a estas alturas no parece que vaya a servir. Pasar a la historia a través de méritos funerarios tuvo ya un antecedente en la Francia revolucionaria cuando un grupo de insurgentes trataron de borrar catorce siglos de monarquía arrojando a una fosa común los restos de todos los reyes enterrados en Saint Denis. “Pobres locos los que no comprenden que los hombres pueden a veces cambiar el futuro... pero jamás el pasado” exclamó Alejandro Dumas padre que fue testigo de excepción. Mirar al pasado está bien si no se oculta ninguna realidad bajo demagogias interesadas. Buscar en la intrahistoria unamuniana, silenciosa y continua, la de la gente callada que no sale en los periódicos pero que a pesar de quien mande, se levanta ilusionada cada mañana. La del trabajo diario, el estudio, la solidaridad y el sentido común, que constituye “la sustancia del progreso, la verdadera tradición, no la tradición mentida que se suele ir a buscar en el pasado enterrado en libros y papeles y monumentos y piedras”.

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