Mejorar la calidad educativa

31 ene 2024 / 08:55 H.
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El reciente Informe PISA han puesto de manifiesto las carencias de determinadas competencias del alumnado andaluz, específicamente en la competencia matemática, en la competencia lectora y en la competencia científica. PISA (Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes), gestionado por la OCDE, pretende conocer el nivel de adquisición de conocimientos y habilidades necesarias para la inserción y participación plena de nuestro estudiantado en la sociedad. Es una evaluación que va más allá de los currículos escolares y poco tiene que ver con el dominio del currículum. Los resultados de la última edición, correspondiente a 2022, sitúan al alumnado andaluz lejos de la media nacional en todas las áreas evaluadas y la propia Junta de Andalucía reconoce que los resultados no son buenos para nuestra comunidad escudándose en los efectos de la pandemia, que ha provocado una bajada generalizada en la mayoría de los países europeos. Los datos, sin duda, nos hacen reflexionar sobre los niveles de calidad de nuestro sistema educativo.

Son muchos los que ven la calidad de la educación desde rincones solapados con un claro objetivo-postura y, por tanto, con la oculta intencionalidad de embaucar tanto al lector de sus ideas como al observador de sus actos. Esta situación es habitual en el ámbito educativo, sujeto hoy día a un apremiante momento de cambio inacabado. Las nuevas directrices de la última ley de Educación que tendrían que haber brotado no se vislumbran y lo antiguo, que tendría que haber desaparecido, se ha instalado con pretensiones conservadoras. La calidad en educación, por tanto, aparece como un término excusa para ocultar las incompetencias profesionales en algunas situaciones o, en argumento “ad populum” con expectativas mercantilistas, en otras. Es lo que está sucediendo con el reciente informe PISA. El término calidad se presenta como un eslogan político que introducido de manera acertada en un discurso consigue un propósito placentero pero que quien lo utiliza se aleja del marco de la práctica real, lo que supone el manejo del término con cierta frivolidad. ¿Qué será ese término de carácter enigmático que se ha usado más de treinta veces en un texto de dos páginas? se preguntan muchas personas. El término es tan cotidiano que cualquier lector, ajeno al tema, pensaría que su univocidad es admitida por la comunidad científica. Sin embargo, los que nos dedicamos al ámbito educativo somos conscientes de su amplia polisemia que pone de manifiesto la necesidad de acompañar al término calidad de una serie de descriptores o indicadores que ayuden a su conceptualización y comprensión y permitan acercar el discurso a los elementos que pueden vislumbrar los indicios de calidad y evitar así el abuso de este término. Uno de los indicadores más necesarios para el estudio de la calidad es la formación del profesorado, olvidada durante tanto tiempo en nuestro país, con una ausencia de ideas alarmante y una falta de recursos que no facilitan una innovación propiciadora del cambio que necesita nuestro sistema. El logro de la calidad pasa por “mimar” los recursos humanos. Pero hay muchos más indicadores que nos permitirían fotografiar el fenómeno educativo desde un angular amplísimo. El propio informe PISA utiliza parámetros de eficacia y eficiencia para determinar la calidad de un sistema educativo y que al ser tratados de manera conjunta nos pueden ofrecer una idea más clara de la realidad aún a sabiendas que hay una obsesión por el producto y una menor incidencia en el proceso y en el contexto. Este breve análisis pone de manifiesto que nuestras instituciones educativas ofertan unas posibilidades concretas que no son capaces de hacer realidad la demanda educativa social y esto hace que la calidad roce la utopía.

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