En las últimas semanas se ha producido una conmoción con el tema de la obligatoriedad de las mascarillas para algunos sitios y no para otros. Veo muy bien que sea obligatoria para entrar en centros sanitarios, farmacias, transporte público, y resto de lugares reglados. Lo que polemizamos en esta colaboración, es el batiburrillo de gente que por las calles desiertas va con mascarilla, y por calles concurridas sin mascarilla, igualmente en supermercados y en general en la vida privada. Como en tantas ocasiones el pueblo es sabio. Está sabiendo adaptarse con sentido común a llevarla o no en cada lugar. Me parece perfecto la gente que la lleva en el bolso o en el bolsillo para hacer uso de ella cuando le parece. Esta situación no sólo nos está haciendo más responsables, sino más libres. Mi deducción se basa en una cuestión de respeto. Hace unos años todos hubiéramos dicho: “mira, el tonto de la mascarilla” y hoy se ve con la mayor naturalidad, que incluso en un entorno en donde nadie la lleva, haya una persona que sí. Me siento orgulloso de una sociedad madura que sabe sopesar los riesgos, y que en función de su responsabilidad decide.
