Mariposas

    28 mar 2023 / 09:55 H.
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    El cuento es conocido. Chuang Tzu sueña que es una mariposa y al despertar se pregunta si realmente ha ocurrido eso o más bien no es una mariposa que está soñando ahora que es Chuang Tzu. La historia nos deja meditando sobre la verosimilitud del mundo de los sueños, su apariencia de realidad, pues plantea dos situaciones (una real, otra onírica) completamente simétricas y en principio indistinguibles. Un occidental se acordará del argumento del sueño que usa Descartes para poner en tela de juicio la realidad del mundo más allá de la mente. ¿Cómo demostrar que este momento en el que usted, lector, pasa la vista por estas líneas, en papel o en la pantalla, no es un momento de un sueño que está usted teniendo, y no existe ni el papel ni la pantalla ni un Juan Fernando que haya escrito nunca este artículo que su mente está inventando? Y, en ese caso, ¿quién es usted, el soñador, realmente? Pero no sigamos por ahí y volvamos a la mariposa.

    La mariposa como símbolo del alma se da en distintas civilizaciones. En la nuestra se cuenta que la noche de las ánimas (del 1 al 2 de noviembre), estas se manifiestan a los vivos en forma de mariposas. Podemos ver el mismo símbolo en ciertas poblaciones turcas del Asia central, en el Congo, entre los aztecas o en Roma, a la que pertenece el mosaico pompeyano Memento mori, donde aparece una mariposa junto a una calavera significando el alma y su inmortalidad frente a la corrupción del cuerpo. También podemos ver esta correspondencia en la imagen de la mariposa y la llama, que puede referirse al amor o, como en el estupendo soneto de Góngora Mariposa, no sólo no cobarde..., a la corte. La primera es atraída por la segunda.

    Podemos recorrer la historia de la pintura buscando esta relación entre el alma y la mariposa. Pero ese animal también ha significado, en las naturalezas muertas y en escenas de género, la fragilidad de la condición humana, la fugacidad de la existencia y de sus placeres. Ambas cosas no son incompatibles, como podría ser que ocurriera en el cuadro de Jan van Hemessen, conocido como Vanitas, donde alguien con alas de mariposa sostiene un espejo en el que se refleja una calavera.

    Sin embargo, lo que evoca la mariposa en nuestros días no es ni el alma ni el sic transit gloria mundi, sino la sutilidad. Todo a raíz de un cuento de Bradbury, titulado El ruido de un trueno. En él se cuenta un viaje al pasado, al tiempo de los dinosaurios. El protagonista, Eckels, se dispone a hacer un safari y cazar un Tyrannosaurus rex. La empresa organizadora se encarga de que los viajeros no cambien nada de ese mundo pretérito, porque cualquier alteración, por mínima que fuera, podría desencadenar grandes cambios en el futuro. El animal que van a matar está marcado porque previamente han visto que iba a morir inminentemente, con lo que su caza no afectará a los sucesos que ocurrieron. Sin embargo, Eckels comete una imprudencia saliéndose del Sendero y pisando una mariposa, algo que descubrirá al verla en el barro de sus botas una vez de vuelta al presente. Un presente que, como puede suponerse, ya no es el mismo.

    Bradbury publicó su cuento en 1952. Años más tarde, el matemático y meteorólogo Edward Lorenz se preguntaba si el aleteo de una mariposa en Brasil puede dar lugar a un tornado en Texas. Hoy se ha popularizado “el efecto mariposa”, un concepto de la teoría del caos por el cual en determinados sistemas una pequeña perturbación inicial puede generar un efecto notable con el tiempo. En un mundo hiperconectado como el nuestro, la mariposa, como vemos, ha venido a ser fuente de inseguridad. Tiempos inseguros los nuestros. Cualquier evento en un punto lejano del planeta parece ser capaz de influir en nuestra vida cotidiana, como comprobamos hace justamente tres años. Aleteando a lo largo de la historia, como alma, como símbolo de la belleza efímera, como lo sutil que desencadena imprevisibles y remotas consecuencias, la mariposa nos ha acompañado y, como en estos días de primavera, fascinado.

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