Manolo Álvarez
Tenía muy poquitos años, pero recuerdo haber visto a la Olímpica Jiennense jugar en Peñamefécit. Luego, se inauguró el ya desaparecido Estadio de la Victoria, y también estuve en el partido inaugural. Tenía solamente 6 años, pero no me puedo olvidar de efemérides tan importantes para el fútbol local como esa. Desde el principio, además de jugadores como Bazán, Treinta, Carrillo, Beas y otros que destacaban entonces, como Pacheco, llamó mi atención un hombre redondito que, cuando era requerido, salía disparado del banquillo portando una toalla y un frasco en sus manos y acudía para atender a un jugador blanco que estaba caído sobre el césped. Aquel hombre, para mí y para los viejos aficionados que aún pueden contarlo, es y será inolvidable. Ese hombre era Manolo Álvarez, el masajista.
Manolo Álvarez llegó a nuestra ciudad, procedente de su Sevilla natal, al principio de los años 40. Traía un encargo importante, como era sembrar el césped del estadio, y permaneció al servicio del Real Jaén hasta su jubilación, casi 40 años después. Y aquí permaneció hasta su muerte, acaecida en el mes de abril de 1985. Manolo se hizo muy querido y respetado por los aficionados y por quienes no lo eran. Era un hombre bonachón, con un humor contagioso tremendamente cumplidor y trabajador. El era quien cuidaba el césped y del material y ejercía de masajista demostrando unos conocimientos amplios del oficio, que había adquirido siendo masajista del Betis, de cuyo club vino al jiennense. Yo tuve la suerte de tenerle como amigo, muy buen amigo, y tomábamos copas y reímos. Fueron muchas las anécdotas que me contó, como cuando, al llegar a Jaén, vio que la semilla que había comprado la directiva para sembrar el césped no servía, porque era de alfalfa y alpiste. Manolo dijo a la directiva: “Pero, ¿ustedes quieren este campo para que se juegue al fútbol o para criar vacas y pájaros?”. Manolo era el masajista más conocido y popular de la mayoría de los estadios españoles donde jugó el Real Jaén porque, con su oronda figura, Manolo levantaba simpatías. Él vivió las glorias más grandes y los momentos más tristes y oscuros del Real Jaén y siempre se mantuvo fiel y leal. Y, sobre todo, este testimonio se lo escuché a docenas de futbolistas, era un padre para los jugadores, especialmente para los más jóvenes.