Manipul-arte

09 ago 2023 / 09:02 H.
Ver comentarios

En los periodos electorales puede llegar a producirse una extraña efervescencia, y esa hiperactividad emocional es capaz de provocar microtsunamis sociales, a menudo inducidos por personas interesadas, generadoras de olas. Y cuando estas tormentas caen cerca de uno, se aprecia con más nitidez hasta qué punto somos meros fantoches en el circo de la manipulación.

Parecía, por ejemplo, con motivo de la última campaña electoral, que la profesión periodística en pleno se fijaba en el esforzado trabajo de los creadores teatrales de nuestra tierra. Pero en realidad Jaén era únicamente el escenario de una noticia que aludía a grandes nombres de la cartelera madrileña.

Sin aportar ninguna prueba, una serie de opinadores, con afán electoralista, consideraban que se estaba cometiendo un acto de censura institucional con una obra de Shakespeare, protagonizada por una actriz de enorme popularidad. Y de pronto había muchísima gente preocupada por la actividad escénica de Jaén. ¿Quién lo hubiera imaginado?

También, súbitamente, crecía de un modo desorbitado el interés por la censura teatral. Muchas personas, que días atrás insultaban a unos cómicos de TV3 por parodiar a la Virgen del Rocío, se convertían en abanderadas de la libertad de expresión.

Y el caso es que sí que existe la censura en España. Diferentes artistas (entre ellos, Albert Pla, Javier Krahe o los de la revista El Jueves, por citar algunos nombres conocidos), han tenido que comparecer a nivel judicial. Y más allá de los condicionantes legales, ocurre que muchos autores tienen que defenderse del acoso de los vigilantes de lo políticamente correcto o de los guardianes de la moral. Y existe, asimismo, una creciente presión de grupos concretos que provocan la cada vez más extendida autocensura de creadores que prefieren, por ello, no complicarse la vida y no exponerse a la furia de los líderes de opinión y de las redes sociales. Pero la mayor manipulación (y más grave) relacionada con el mundo de la cultura tiene un origen diferente. Se ha extendido la idea, difundida por los propagandistas de la derecha más reaccionaria, de que los profesionales del espectáculo se aprovechan de las subvenciones y que se trata de una actividad artificialmente sostenida por los poderes públicos. Y esto es radicalmente falso puesto que otros sectores como la industria, la agricultura o la banca han obtenido un apoyo económico muy superior al escasísimo presupuesto que las instituciones dedican a fomentar la cultura, que apenas da para mantener las constantes vitales de un sector emblemático de España.

En el pastel de los presupuestos institucionales a la cultura apenas le tocan unas migajas. En el país de Cervantes y de Lorca los trabajadores de la cultura rozan, en su mayoría, la precariedad, por lo que resulta especialmente perverso el extender la imagen de un oficio de vividores que se lucran de los impuestos de los contribuyentes. El problema es que existe una parte importante de la población abonada a esta falsa imagen creada por el discurso incendiario de la ultraderecha (que además pretende vaciar de contenido la política cultural allá donde consiga gobernar), lo que está generando una creciente desafección, entre un sector importante de población y los artistas y creadores de este país, difícil de paliar.

Articulistas