“Mandar”
OTAN: de entrada no. Ese eslogan supuso que muchos de los ilusionados por el cambio sintiéramos el primer signo de desencanto. En los años 80, éramos antibelicistas, pero nos rehicimos del bache y fuimos asimilando que nuestra entrada suponía estar también en Europa y mantener Ceuta y Melilla. Ya habíamos viajado: París, Londres, Amsterdam..., y nos habíamos relacionado con mentes más abiertas, conocido estilos de vida. Los políticos también. Rápidamente pasamos de la indumentaria de la oposición a los trajes de firma y las corbatas de seda. Olvidamos que estábamos en la OTAN y nos dimos a vivir el sueño de libertad que nunca habíamos tenido. Hasta 2003, cuando el trío La, la, lá, se inventó unas armas químicas de destrucción masiva y había que ir a la guerra. La premisa resultó falsa: no había dichas armas y España no intervino. Ahora, en 2023, la OTAN se nos representa como una responsabilidad. ¿Enviamos tanques que funcionen, o no? Si, sí ¿nos arriesgamos a entrar en una nueva guerra mundial? o, ¿dejamos a un pueblo indefenso, a civiles, familias inocentes, que lo reduzcan a cenizas, sin despeinarnos? Debió ser difícil “mandar” en la transición cediendo en ideas clave como la de no entrar en la OTAN. Pero, más difícil debe ser ponerse en esta tesitura.