Los señores Preysler

    21 ene 2023 / 16:00 H.
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    Isabel Preysler tiene una inteligencia oriental de ojos oblicuos. Tras conocerse por la revista “Hola” la separación sentimental de Isabel y Mario Vargas Llosa, ya sea por celos o por diferencias insalvables en el estilo de vida de cada uno, se ha ubicado generalmente al escribidor en el ámbito de lo intelectual y a ella en las catacumbas de la frivolidad y la prensa couché. Vargas Llosa ha construido una monumental obra literaria, refrendada con el Premio Nobel de Literatura, con un esfuerzo y una dedicación de dimensión descomunal. Félix Madero, veterano hombre de radio de “Onda Madrid”, ha recordado los fríos días que el joven Llosa pasaba en un bar próximo al Retiro, ubicado en los bajos de la pensión donde vivía, escribiendo sus primeras novelas al calor de un café eterno. Hay narraciones breves decididamente memorables del primer Vargas, como los relatos “Los cachorros” y “Los jefes”. El escribidor elaboraba con gran esfuerzo sus cuentos en un tabernón con olor a serrín y a gambas de secano. Sin embargo, Isabel ha acertado a vivir del cuento, lo que requiere de un talento innato pero trabajadísimo. Lo ha escrito Luz Sánchez Mellado: “Isabel vende su propio relato sin conocérsele más obra escrita que su rúbrica en el libro de firmas de las tiendas Porcelanosa”.

    El amor de “los señores Preysler” (como Francisco Umbral llamaba irónicamente en sus artículos al matrimonio entre Miguel Boyer e Isabel Preysler) se derrumba al margen de lo que aporte la última entrega diaria de “Sálvame”. El pretérito escritor Dionisio Ridruejo reflexionó sobre “el exceso de victoria”, que en el caso de Isabel y Vargas se convierte en un excedente de glamour, el de ambos, que mezclado durante demasiado tiempo, como sucede con determinadas sustancias químicas, se torna en tóxico. El escritor norteamericano Joseph Mitchell, pionero del denominado “Nuevo Periodismo”, acuñó una frase sensacional: “La gente corriente es tan importante como usted, quien quiera que usted sea”. Ocurre que ni Isabel, encaramada al esplendor del “Hola”, ni Vargas, que quizás se considere ahora herido por las travesuras de la niña mala, ni la una ni el otro, decíamos, se sientan gente corriente, porque, además, no lo son.

    Vargas Llosa escribió en el arranque de uno de sus libros: “¿Cuándo se jodió el Perú?”. Algunos de sus amigos quizás se pregunten ahora: “¿Cuándo se jodió Varguitas?”. El escribidor no tuvo mejor idea que publicar a finales de 2021 un relato en la revista “Letras Libres” en el que daba cuenta de sus ya importantes desavenencias con la señora Preysler. “Fue un encantamiento de la pichula, que ya no me sirve para nada salvo para hacer pipí”. Resulta sumamente extraño que tan excelso escritor utilice la cursilería del término “pipí” en lugar de la palabra mear, tan recia y castellana, o, en todo caso, orinar. A Vargas lo persiguen estos días por la calle las cámaras de los programas televisivos del corazón, que ya son casi todos. Afortunadamente para él (no tan seguro para Isabel), en una actualidad que viaja tan veloz, de repente ha irrumpido por todos sitios la canción de desamor a picotazos dirigida por Shakira a Piqué. En una emisora se preguntaban ayer sobre cómo serán las rimas del tema que lance la cantante cuando se divorcie de su próxima pareja, si el tipo se llama Antonio. Así es el mundo en el que vivimos. Y lo dejo, que me voy a releer “La ciudad y los perros”.


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