Los restos de la Muralla
Los restos de la muralla que desde el Castillo descienden por el noroeste de la ciudad hasta la calle Millán de Priego forman parte profunda de nuestra fisonomía. Acercarse a Jaén por el norte y contemplar las dentelladas que dan al cielo estos muros, aún testimonialmente colosales, identifica al jiennense tanto como la más antigua de sus costumbres. Vestigios de una época y de una cultura pretérita aunque formante de nuestro ser. Murallas que en su manifiesta ruina han sido capaces de permanecer y sobrevivir, orgullosamente erguidas, a la incultura y desafecto de muchas generaciones y no precisamente el desafecto de quienes guerreaban en el siglo XIII. Su presencia nos informa de cuántas cosas hemos podido perder en nuestra ciudad: qué imponente hubo de ser la Puerta de Martos en ese recinto andalusí de nuestra Yaiyán amurallada. Sin embargo, es también la voz incesante de la Historia en nuestro presente; la huella, luminosa, de que todos dejamos un rastro tras de nosotros, a pesar de todas las destrucciones y, sobre todo, es una lección diaria de que nadie, salvo nosotros mismos, puede proteger y cuidar lo que poseemos.