Los patos de Jaén

    28 mar 2021 / 16:58 H.
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    En Jaén capital donde resido y mantengo el corazón todavía despierto, los únicos patos que he visto alguna vez, estaban, y digo estaban, porque no sé si aún siguen en nómina, ejerciendo su existencia ornamental en una alberca improvisada de un parque victorioso, para deleite y entretenimiento de padres festivos y niños atiborrados de gusanitos. Supongo que a los patos les importaba muy poco nuestra actitud contempladora, de domingueros vestidos de domingo y viviendo una naturaleza recortada, ellos se limitaban a su patosa existencia sin ningún tipo de contemplaciones. Pero el ser humano cuenta y se cuenta, y entre los cuentos que recuerdo con especial ternura es la narración mágica que el escritor danés Andersen nos hace sobre los avatares, circunstancias y malestares de un pato sin identidad para los demás. La moraleja y la enseñanza que encierra esta historia se nos puede aplicar a todos, en algún momento de nuestras vidas, y me permito con cierta osadía hablar de los demás, porque considero que los hombres y mujeres no somos islas, y además nos inventamos barcos, y nos creamos alas para salir de nuestros naufragios y consolidar muchas veces sin quererlo, nuestra confusa patosidad. Ahora estamos en la “alberca de los patos”, también muy conocida por la gente mayor de Jaén, pero estamos todos, desde Jaén al cielo, muy globalizados, chapoteando y pateando, diciéndonos que esto no es normal, lo normal era una tristeza interior rodeada de maravillas exteriores que no sabemos obtener. Los virus del mundo nos quieren tanto como a los demás, ese cariño sin fronteras tenemos que recibirlo con generosidad, y devolverlo con cariño. Mañana, o muchos después de mañana cuando quieran los príncipes de las mareas que esta tormenta tenga la sombra merecida, seguiremos con nuestras posesiones, tan sencillas y buenas, de los hombres y mujeres de Jaén andando y viendo patos o cisnes, según nos parezca o nos vayan diciendo. Por eso y por muchas cosas más, hay que levantar la cabeza ante lo poco o mucho que cada uno tiene, y encontrarse y encontrarnos con los patos o con los cisnes, porque todos tienen su belleza, y eso no tiene precio, aunque algunos intenten ignorarlo. Jaén como otras tantas provincias de esta España nuestra, será, quiero creerlo, una perla más engarzada en un collar que no necesita cuellos de reyes, ni señoras de postín, ni trasnochados revolucionarios. El patito feo, no era tal, sino que no era aceptado por ser distinto, en un entorno que él no había elegido, después se dio cuenta que podía ser igual a otros, porque se asemejaba a otros. No tenían que ser los mejores, pero ya había aprendido mucho de los patos y empezaba vivir en la supuesta belleza de los cisnes. En consecuencia, me permito esta reflexión extrema un año después y en los mismos términos: esta mierda sobrevenida nos va a venir muy bien, aunque sus intenciones no fueran tales. El estiércol nutre la tierra, y nos procura alimentos. Lo mismo ahora nos reconocemos patos y cisnes con todas nuestras bellezas. Pero eso sí, que nos pasen algunos dineritos aunque sea para comprar gusanitos.

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