Los nudos de la política

20 jul 2019 / 12:02 H.

Eduardo Haro Tecglen escribió que “la vida es un pacto”. La Transición se hizo en España con una cultura de pactos que ni antes ni después se habían dado en este país. Francisco Umbral recoge fugazmente momentos políticos de aquel tiempo en medio de la sensacional confesión íntima que es el libro ‘Diario de un escritor burgués’, publicado en 1979 y reeditado ahora por Austral: “De vuelta a Madrid, cena en casa de Ramón Tamames. Hay bastante gente. Se espera de un día para otro la legalización del Partido Comunista. Ramón me dice que será después de Semana Santa y por decreto ley”, escribe Umbral. La Transición fue un parto aparentemente feliz que se hizo en una noche de secretos. En las cenas de la época lucía Máximo, entonces viñetista de ‘El País’. Dice Umbral: “Máximo, enredado en la dificultad de su inteligencia y su perfil, ha venido, como siempre, con el purito en la boca y un suéter gordo, desproporcionado a la figura de su cabeza”. El hijo de Máximo, el actor y dramaturgo Alberto San Juan, ha convertido la Transición en la obra teatral ‘El Rey’ en un pacto del capitalismo con los socialistas para dar continuidad durante la democracia a las grandes fortunas de la dictadura, con algunos cambios en la forma pero no en el fondo, a fin de que fraguara lo que Don Juan Carlos dijo en cierta ocasión –y se recoge en ‘El Rey’: “No quiero que los vencedores de la guerra se conviertan en los vencidos de la democracia”. En todo caso, la Transición fue dificilísima porque se hizo en medio de un fuego cruzado para dinamitarla. Estuvo llena de un dolor que se mitigó con la esperanza. La Transición, sí, fue un pacto, mejor o peor, pero consistió en eso. Ninguno de los políticos que lideran actualmente los principales partidos vivió de cerca la Transición. Asombra la incapacidad de unos y otros para alcanzar acuerdos en un país con importantes perfiles paralizados desde 2015 por la falta de un Gobierno estable. Hay dificultad, curiosamente, para lograr acuerdos para las investiduras de los presidentes, que es política en positivo, y el mayor acuerdo que se ha dado durante estos años fue para una moción de censura, que es política, llamémoslo así, en negativo. Alguien escribió que la política debiera ser la estrategia de la generosidad. Pablo Iglesias —Manuel Pablo, que dice el maestro Miguel Ángel Aguilar— parece preso en la hermosa utopía que un día exclamó Borges: “¡Con el tiempo mereceríamos no tener Gobiernos!”. Victoria Prego lo dice mucho en las tertulias: “Pablo Iglesias no sabe de política”. Y desde el otro extremo del vector político, Rocío Monasterio está cubriendo todo de ideología, pero parece una ideología que ella no aspira a exponer, sino a imponer. Porque España y Europa no tienen actualmente un problema político, sino de políticos. Cameron hizo en Gran Bretaña el referéndum del Brexit y se marchó, dejando al viejo continente con el mayor problema de su historia. La economía de Alemania, el motor de Europa, tiene temblores, como las manos cansadas de Angela Merkel. Y España es una encrucijada que limita al norte con el ‘procés’ y en Las Cortes con la sesión de investidura. Pero no se puede huir de la propia biografía, no se puede huir de la Historia. Esas huidas se pagan. Aunque generalmente las paga la gente, los peatonales, que no tienen culpa de nada.