Los mercaderes del miedo

    31 ene 2021 / 16:44 H.
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    Aún si escudriñáramos en nuestros itinerarios personales, nunca sabríamos a ciencia cierta en que aciago momento se inoculó el miedo en nuestras vidas. El miedo, esa angustia estéril que nos viene dada por razones que ni la filosofía ni la ciencia aciertan a vislumbrar, parece consustancial a la condición humana. Hay tantos miedos y tan distintos, como seres humanos estamos rebosando el mundo. El valiente no es el que desprecia el miedo sino el que lo afronta, y aun así hay valientes estúpidos, y cobardes que no son tales, sino audaces discretos, juiciosos y mesurados. Un ejemplo más que elocuente sobre nuestras disfunciones ante el miedo, lo estamos padeciendo en estos momentos de confusión e indefensión ante un” bichico” letal que no se deja ver. El tamaño no importa para procurarnos disgustos, como se está constatando. Se puede y de hecho se teme dentro de nuestra multiplicidad, a cualquier cosa y a cualquier circunstancia. El niño que fuimos pudo temer al tío del saco y al monstruo de tres cabezas, y el hombre que somos se achanta ante la enfermedad y le espanta la muerte, o quizás más aún sus preámbulos, porque una vez finados supongo que la turbación cesará. Se tienen miedos y fobias a casi todo lo imaginable, miedo a las alturas y a las simas, a la velocidad y a la oscuridad, a los amores esquivos y a los desamores dilatados, se teme a la incertidumbre tanto como a la cruel realidad, nos amedrentamos ante el vacío así como nos inquietan las muchedumbres, nos asusta la soledad y nos sobrecogen las malas compañías, y temblamos ante los muertos vivientes que son como un chiste macabro contado a los vivos murientes. En fin, una compleja variedad que abarca casi todos los rincones de la consciencia. Lo que no se acaba de asimilar y discernir, al menos por aquellos espíritus de noble trazado y disposición, es el hecho de que existan congéneres y pérfidas instituciones ocupadas por prójimos, que merquen con, sustenten nocivamente y prodiguen los miedos latentes o adquiridos, en aras de un perverso y mezquino beneficio, que no reporta sino desazones y desamparos. Se inculca el miedo desde las políticas armamentísticas en la que participan en mayor o menor medida todos los gobiernos de cualquier régimen, en este” pacífico mundo” de armas tomar, los denostados traficantes de armas son tan solo camellos acanallados de muchas madres patrias, las guerras frías son el eufemismo que instrumentan los indignos poderosos para amedrentar a los indignos aspirantes al poder. Se atemoriza desde el púlpito del tirano, desde el balcón del dictador, desde los tronos de los reyes mogos, desde la cabeza del mesiánico deslumbrante. El dinero acabó con el trueque y con el apretón de manos, para dejarnos indefensos y trémulos, ante los artificios más sucios y coactivos de los usureros de turno. Y así muchos etcéteras que no caben en esta espantada página. Vámonos que viene el coco.

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