Los mayores ante la dana
Según los datos publicados sobre las personas fallecidas por la dana, más de la mitad tenían 70 y más años. La mayoría de las personas muertas por la riada eran mayores de 50, y 15 de estas personas tenían más de 90 años. Una vez más, ante catástrofes naturales y humanitarias, las personas mayores son el grupo de población más afectado, lo que nos debería llevar a plantear respuestas de emergencia más inclusivas y profesionales de emergencias mejor formados para atender las necesidades específicas de este grupo de población. Las personas mayores son desproporcionadamente vulnerables en contextos de desastres naturales y emergencias humanitarias. Así lo viene advirtiendo Helpage International, la única fundación de cooperación internacional especializada en personas mayores. Según estudios y directrices internacionales, desarrollados por esta organización, las personas mayores enfrentan barreras significativas que van desde problemas de movilidad y salud hasta exclusión en las respuestas humanitarias. A menudo, no se las incluye en las evaluaciones de necesidades ni en los planes de acción, lo que puede conducir a una falta de acceso a servicios esenciales como refugios, protección, alimentos y atención médica.
Los riesgos específicos de las personas mayores ante este tipo de catástrofes tienen que ver con la movilidad reducida y las barreras físicas que dificultan su acceso a refugios y servicios esenciales. Esto les lleva a quedar atrapadas en situaciones de alto riesgo, como las vividas durante la dana. A esto se une que muchas de las personas mayores viven solas, lo que incrementa su riesgo de quedar aisladas y desatendidas durante las evacuaciones. Los profesionales de Protección Civil deberían tener en cuenta todas estas cuestiones para desarrollar protocolos de evacuación y salvamento más inclusivos para las personas mayores y que estas no sean las últimas. Hay que asegurar que los albergues y puntos de distribución de ayuda sean accesibles para personas con movilidad limitada, atención médica especializada con equipos capacitados para atender enfermedades, utilizar canales de comunicación adaptados, como radio, televisión, y hacer visitas domiciliarias para informar a las personas mayores sobre los recursos disponibles y las medidas de seguridad. Pero, sobre todo, no se debe tampoco victimizar a las personas mayores que viven en residencias y otros centros institucionalizados.
Los actores humanitarios que están actualmente interviniendo en la respuesta ante la dana deben tener en cuenta esto y brindar apoyo en la reparación y adaptación de las viviendas afectadas, asegurando que sean seguras y accesibles para las personas mayores, facilitar la reconexión con sus familias y comunidades, promoviendo el apoyo mutuo y ofreciendo atención médica regular, incluyendo seguimiento de enfermedades crónicas y apoyo psicológico.
La tragedia de la dana en Valencia pone de manifiesto la necesidad urgente de adoptar enfoques inclusivos en las respuestas a emergencias. Resulta importante tener en cuenta que ese clásico reclamo de “los niños y las mujeres primero” que se repetía siempre en cualquier crisis, debe dar paso a “los niños y los mayores primero” para evitar que, como ya ocurrió con la pandemia de la covid-19, las personas mayores no sean las principales víctimas mortales. La inclusión no es solo un imperativo ético, sino una medida esencial para salvar vidas y garantizar la dignidad de todas las personas.