Los más vulnerables

10 sep 2022 / 16:00 H.
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Estamos en plena estación veraniega disfrutando de unas merecidas vacaciones y en los medios de comunicación podemos ver imágenes que deslumbran por el lujo y el derroche sobre todo de los personajes mediáticos, pero la realidad nos pone los pies en el suelo y la verdad es que cada día somos más pobres indicaba el gobernador del Banco de España hace unos días. Sin embargo, el nivel de pobreza afecta a unas familias más que a otras. En este sentido, no debemos olvidar la brecha existente entre países desarrollados y poco desarrollados y que polariza a las poblaciones entre los que “todo pueden” y los que “la desesperanza” asoma como única perspectiva de vida. Es necesario, por tanto, intentar comprender que nos está sucediendo en la sociedad en su conjunto, en términos de ausencia de justicia como equidad, entendida como la igualdad de oportunidades en el desarrollo de las capacidades básicas, es decir, de habilidades efectivas para que las personas podamos trazarnos un proyecto de vida que no se reduzca a la subsistencia. La subida desbocada e imparable de los precios, que afecta sobre todo al combustible, la electricidad y los alimentos, ha vuelto a dejar a las puertas de la pobreza a miles de familias en España, muchas de las cuales ya sufrieron los estragos derivados de la crisis económica causada por el coronavirus. Ahora, con la inflación por las nubes, muchas no pueden llegar a final de mes y se ven obligadas a recurrir a las llamadas “colas del hambre”.

La desigualdad económica se traduce en una disponibilidad de recursos económicos muy dispar entre los individuos de la sociedad y con un reparto de riquezas tan discrepante que cada vez es mayor la brecha entre individuos ricos y pobres, y las oportunidades de unos y otros. Esta afirmación se ha visto confirmada por la Encuesta de Condiciones de Vida (ECV), que estima que en España existen un número elevado de personas que viven con carencias materiales severas, por lo que han de soportar grandes dificultades para cubrir sus gastos básicos. No poder pagar el recibo de la luz y del gas les impide disponer de calefacción durante el invierno, entre otras cosas. A estas dificultades se le añaden, también, otras más, como son las insuficiencias alimentarias (pobreza infantil) o la carencia de condiciones mínimas para poder estudiar. El golpe que en estos hogares esta recibiendo es tan contundente que hace que las clases medias se sientan amenazadas porque el impacto que les llega podía llevarlos hacia la pobreza. A su vez, a los pobres de toda la vida, el envite puede desplazarlos a las zonas de exclusión. Por su parte, el BBVA también ha evaluado el aumento de la desigualdad durante la crisis que estamos sufriendo, estimando que lo que se ha producido es la bajada de los ingresos en el 40% de la población con menos renta. La desigualdad no es la consecuencia de un hecho inexorable y predeterminado. Es el resultado al que se llega como consecuencia de la aplicación de unas concretas y específicas políticas que, por si fuera poco, actúan como un factor que deteriora la cohesión social. La dinámica que alrededor de la desigualdad viene produciéndose se apoya en la pasividad de muchos gobiernos, que la consideran como un hecho del que no se puede escapar. Sí es así, esta actitud hay que evitarla, aunque no resulta fácil conseguirlo. Para lograrlo, resulta conveniente que la corrección de la desigualdad pase a ser un objetivo central de la política económica que nos permita pensar en los más vulnerables, en aquellos que no pueden tener esas vacaciones que otros estamos disfrutando. Es necesario una intervención redistributiva más inteligente y solidaria, tanto con políticas de prestaciones sociales como con medidas para mejorar la equidad y mitigar la pobreza y la exclusión social. Estamos ante una crisis humana y la solidaridad debe ser una obligación moral.

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