Los más reaccionarios

09 may 2019 / 10:47 H.

La precariedad laboral aparece y reaparece en la realidad económica mundial como un listón que cada vez se pone más bajo. No es un fenómeno español solo, aunque aquí tenga su historia particular también, como en cualquier sitio. Cuando España comenzaba en los ochenta a saborear las mieles del Estado del Bienestar, pero ya como los restos de un naufragio, tras las políticas neoliberales de Thatcher y Reagan —abarcando plenamente toda la década— que luego continuaron sus sucesores, desmontando las coberturas sociales, se detectaron los primeros síntomas del agotamiento del pensamiento utópico. La URSS se desmoronó, con lo que significaba. Joan Manuel Serrat cantaba flamenqueando su “Utopía” en 1992, coincidiendo con los fastos olímpicos barceloneses y la Expo sevillana. Así que la cosa viene de lejos, posee más de media vida la pérdida del horizonte de lo colectivo, y entre medias ha habido una consciente desarticulación del imaginario, una ideología que ha ido machacando cualquier atisbo de inclusión o vínculo asociativo. A excepción de Francia, donde la República sigue amparando como en ningún lugar del mundo a las clases populares y a los trabajadores, a los inmigrantes, a las clases medias y a los autónomos, y donde el poder de organización y protesta supera cualquier nivel conocido en Occidente, Europa en general —caso aparte los países escandinavos— nos lleva ventaja, como Estados Unidos, en la desamortización de las estructuras del Estado. Es una ventaja relativa porque, en lo que importa, la inicua labor ya se realizó, siempre a marchas forzadas. Hoy día España no posee ningún complejo y hasta ha estrenado extrema derecha, con el peligro que conlleva, porque durante toda la democracia se escondió bajo el Partido Popular. Ahora, sin pudor ni máscaras, se hallan a un paso de tocar poder, y es también, como con todo, cuestión de tiempo. ¿Quiénes integran esta ola de radicalización, alzando la voz y dando golpes en la mesa, aireando patriotismos y jaleando proclamas y soflamas? Ahí están los resentidos, los que se quedaron atrás o se les dio de lado, los que perdieron el tren o, peor, el AVE, los que no pudieron o no alcanzaron objetivos; los que vieron cómo se escapaban las oportunidades, pasando de largo, y hoy mastican las espumas de la rabia lentamente, tratando de mirar hacia otro lado, pensando en no cargarse de odio, sin poder evitarlo. Los que esperaban una recompensa personal y un reconocimiento que nunca llegó, enfangados en la miseria de su mediocridad, en el enchufismo, en el amiguismo. Esos fueron comunistas entonces, escorándose después y poco a poco hacia la derecha... Quizá transitaran en algún momento por el PSOE, casi de puntillas, cambiaron poco a poco, otorgando concesiones al libre albedrío primero, luego al progreso económico, para al final decantarse en algún momento por un conservadurismo de corte liberal, que no casa bien con sus posturas antieclesiásticas, ni con su jacobinismo, aunque transijan “porque siempre hay un mal peor”, y así sucesivamente, renunciando a la República, y así podríamos enumerar su amplio recorrido, cada vez con más argumentos, desde su propia progresía traicionada, esos que siempre tienen una respuesta para todo, que saben de todo, y que ya vienen de vuelta. Los que eran “progres” y ahora ya no, esos sin duda son los peores. Y los más reaccionarios.