Los manjares cuadragesinales

08 abr 2020 / 16:33 H.
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No pretendo ser el más de los exquisitos, pero esta es la denominación tomada de la extinguida bula de la Santa Cruzada. Con este término se denominaba a la amplia gastronomía extendida durante toda la época de cuaresma, pero sobre todo en los intensos días de la Semana Santa, ya que antaño el Miércoles Santo era el día de los fogones y las cocinas, ya que el Jueves y Viernes Santo no se guisaba al ser día de luto y no se encendía el fuego, llenando grandes lebrillos y canastas llenas de comidas cuaresmales.

Es ahora el tiempo de rememorar las fuentes de espinacas con picatostes y pimiento en rama, espárragos ortigales o de piedra en vinagrillo, en salsa o en tortilla, el potaje de San José, de garbanzos y espinacas, el de habichuelas y el de lentejas. Los primeros alcauciles con aceite y vinagre; el arroz con castañas o arroz con bacalao, El bacalao encebollao a la vizcaína o a lo arriero. Pescadas, y escabeches de sardinas, truchas, sardinas arenques...

¿Y la repostería? Los ochíos bien heñidos de aceite desahumado con matalauva, cubiertos de azúcar con los bordes retorcidos, las magdalenas de los hornos de Mìrez de las calles del Arroyo, Los Romeros, La Alcantarilla, la calle Chinchilla. Las torrijas empapadas con la leche de “Los Pacarros” fritas con el aceite del Puente de la Sierra.

Y... los hornazos, de masa de pan, con su cruz tostada con su huevo duro. Un poco ahogadizos sí, pero tan de Jaén.

Mientras hierven los pucheros, el sol le da de frente en la Puerta del Perdón de la Catedral a ese enorme Cristo que ha muerto tan bien y que nos abraza a todos a su paso y a la Virgen de las Angustias se le cruzarán para siempre sus anos sobre el pecho, marcando la muerte y el dolor en el regazo de su hijo. José de Arimatea y Nicodemo se sorprenden un año más al ver la muerte impregnada de tinieblas.

Desde la barriada de Santa Isabel nos llegará Cristo maniatado que con cruz trinitaria no se atreve a levantar la vista al verse reo de muerte. Los arreboles rojos y azules impregnan el aire de traición donde un trozo de nuestros olivares servirá al Señor del Amor para poder soportar tal infamia. Un niño le pregunta a su Madre ¿No le duelen las manos a Jesús del Perdón de tanta soga? La madre calla silente.

Un palomar blanquiverde se balancea como señorita de su barrio, frunciendo su entrecejo en busca de la Esperanza, la esperanza que hoy más que nunca buscamos entre los pliegues de su manto.

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