Los jaenes de agosto

    14 ago 2019 / 09:23 H.

    En este mes existen claramente dos sensaciones vitales en nuestra provincia: una, la de la capital inhóspita y despoblada que derrite cerebros y entristece almas enchancletadas, que son las que se atreven a pasearla o trabajarla —algunos no tienen más remedio desheredados de la opulencia vacacional—; la otra, la de la alegría del pueblo que reluciente y abierto de brazos, recibe la llegada de visitantes foráneos ávidos de sus raíces. La feria y la verbena, la fiesta de la Virgen del mes octavo, el cortijillo o la huerta del padre, la conserva de la tía abuela que al baño María puso el mejor tomate para dárselo a su querido familiar. Mientras tanto, ante el Santo Rostro, la persiana bajada, los vecinos ausentes, los ojos picosos de la “caló” y el humo, de regalo el fogonazo del tubo de escape del transporte público mientras cruzan un paso de cebra por supuesto no pintado. Olivar adentro todo es turismo, frescor de la noche y la “madruga”, amores adolescentes en el pub o en la piscina de la prima común... Aquí los días vuelan, la cuerva es inagotable a pesar del lingotazo va lingotazo viene, que si échale más melocotón que si algo más de vino blanco. Esta tarde corren toros, esta noche al baile. En la capital, ya no existe ni el placer de irse a los Puentes, de la Sierra, Jontoya o Tablas, a vaciar neveras de amigos y compadres, que ya ni te invitan (será por la seguridad vial, o eso dicen). Si es que ya se sabía, todo lo bueno en la vida o es pecado o engorda, y aquí doblemente. Pero subamos mejor por el Camino de la Ermita, allí donde la paz del aire que baja del cerrete cercano te abre los chacras más que el del Ganges. Patios y puertas abiertas y el único oficio es comer y beber, esperar que se ponga el sol y salir a dar un paseo a la plaza, entonces es cuando le comenta el cuñado al otro: “Si para vivir así más vale no morirse”. Pero la gloria no dura eternamente habitante rural, todo pasa y no estarás así cien años sufridor capitalino. Puede que lo resuelva una tormenta de las buenas, de las de antes, a la llevada del Santo de vuelta a su lugar. La venganza de la capital se va urdiendo y será para octubre. Yo ahí lo dejo.