Los delfines

01 mar 2022 / 12:27 H.
Ver comentarios

El domingo pasado jugaron en el Estadio de Cornellà-El Prat su partido de vuelta del Campeonato Nacional de Liga de Primera División de Fútbol —llamada “LaLiga Santander” por razones de patrocinio— el RCD Español y el Sevilla CF. El partido quedó en tablas, marcador que no convino a ninguno de los dispares intereses de los contendientes; esto es, a los catalanes para asegurar cuanto antes su permanencia en primera división y a los andaluces, para seguir disputándole el liderato al Real Madrid.

Reclutaron a mi padre en 1945, año central del período —de 1939 a 1952— de mayor escasez y hambruna de la reciente Historia de España. Hizo la mili en Sevilla, en Sanidad, en el Pabellón que fuera de Brasil en la Exposición Iberoamericana de 1929, en el Paseo de las Delicias, hoy dependencias de la Universidad Hispalense. Se aficionó al equipo del barrio de Nervión durante el trienio que estuvo militarizado en la ciudad de la Giralda, al coincidir su estancia con la mayor gesta conseguida por los sevillistas hasta aquella fecha. El equipo blanquirrojo se proclamó campeón de Liga en la temporada 45/46, tras empatar a un gol en la última jornada con el FC Barcelona en el campo de Les Corts. De niños, y no tan de niños, nos recitaba con nostalgia aquella alineación legendaria: Busto, Antúnez, Villalonga... y López, en la que destacaban Campos, Arza y Araujo, verdaderos artífices de la proeza. ¡Lo mucho que hubiera disfrutado con las seis Copas de la UEFA! —como siempre las hemos llamado— conseguidas en las últimas competiciones.

Cumplido su servicio militar, nuestro progenitor siguió fiel al equipo de los tres santos en su escudo: San Fernando, San Isidoro y San Leandro. La única piña y peña que no hicimos con nuestro padre fue la futbolística y seguimos derroteros distintos: mi hermano tomó por la Avenida de Concha Espina de Madrid, mientras que yo giré hacia la Carretera de Sarriá de la ciudad de Barcelona.

Corría la segunda mitad de los años 60 cuando, a los nueve años, me entusiasmé con aquella delantera de ensueño del Real Club Deportivo Español, Los delfines: Amas, Marcial, Ré, Rodilla y José María. La bautizó así el periodista catalán Josep Marí Ducamp, que escribía en el diario deportivo barcelonés. Dicen. El calificativo se debía a que estaban llamados a suceder a Los cinco magníficos del Zaragoza: Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra, que eran los reyes del fútbol de entonces, de igual forma que se llamaba Delfín al heredero de la Corona de Francia.

La primera vez que mi padre viajó a Barcelona por motivos laborales —yo había cumplido ya los diez— me trajo a su regreso una camiseta a rayas blancas y azules. Por su parte, mi madre me hizo unas calcetas de lana blancas con las vueltas azules. De esa guisa, enfundado con los colores del escudo de armas de Roger de Lauria —almirante de la flota de la Corona de Aragón y Sicilia durante el reinado de Pedro III el Grande— de cuyo blasón el Español tomó las rayas blanquiazules para su indumentaria, estoy retratado. La foto cuelga de una chincheta en el corcho de detrás del sillón de mi escritorio, debajo de una bufanda desplegada, a modo de cenefa, con el lema Sarriá sempre casa nostra. Sin embargo, hay quien contrapone a esta versión oficial que sus colores corporativos están relacionados con el azul y el blanco de la Casa Real de los Borbones, según un artículo de David González en el número 130 de la “Revista Cuadernos de Fútbol”, del 1 de abril de 2021.

La segunda camiseta me la regalaron los alumnos de Economía de la Empresa de segundo de Bachillerato del instituto de Mengíbar, tres cursos anteriores al de mi jubilación, con una fotografía del grupo —conmigo en el centro— pegada en una cartulina color rojo de restaurante chino. La tarjeta la encabeza un juego de palabras sacado de una cita del eminente neurocientífico Joaquín M. Fuster —que yo les entonaba frecuentemente—, en la que me vienen a decir que “¡siempre formaré parte de su memoria!”. Y al pie, “Segundo de Bachillerato B 2015-2016”. Por esas fechas, mi hija Pilar terminó de equiparme cuando, de paso por Barcelona, me sorprendió a su vuelta con una gorra del equipo que yo me pongo para las ocasiones.

Como otros clubes del panorama nacional, entiéndase Betis, Athletic Club, Las Palmas..., el Español despierta simpatías en casi todas las aficiones, tal vez, por ser el segundón de su ciudad y, además, debido al carácter que imprime ser del Español en Barcelona. En él se han alineado jugadores con la clase de Zamora, Di Stefano, Glaría, Roberto Martínez, Marañón, Amiano, Ortiz Aquino, Solsona, Pichi Alonso, N’Konno, Lauridsen, Valverde, Pochettino, Iván de la Peña (Lo pelat), Tamudo, Jarque (DEP), Sergio García...; y lo han entrenado técnicos de la categoría de Ladislao Kubala, Janos Kalmar, José Emilio Santamaría, Vicente Miera, José María Maguregui, Javier Azkalgorta, José Antonio Camacho, Javier Clemente, etc. El Rubio de Baracaldo fue el míster que dirigió a los pericos en la noche más triste y aciaga de su trayectoria. Perdió la final de la Copa de la UEFA en la temporada 87/88 contra el Bayer Leverkusen. El encuentro de ida lo ganó el Español en Sarriá por tres a cero, pero los alemanes le devolvieron el tanteo en el de vuelta y se impusieron en la tanda de penaltis, tras fallar por elevación su durísimo lanzamiento el Pipiolo Losada.

El conjunto periquito es uno de los más antiguos de España y el séptimo en la clasificación histórica de la Liga. En octubre del año pasado cumplió su 121 aniversario desde que lo fundaron tres estudiantes de la Universidad de Barcelona con el aspirante a ingeniero, Ángel Rodríguez Ruiz, a la cabeza, que fue jugador y su primer presidente. Además, le cabe el honor de ser uno de los diez equipos fundadores de la Liga; el que inauguró el campeonato —el 10 de febrero de 1929— enfrentándose al Real Unión de Irún al que venció por 3 goles a 2; y que su jugador, José Pitus Prat, estrenara la tabla de goleadores. A lo largo de su más que centenaria historia solo ha visitado la segunda división en cinco ocasiones, la última, la pasada temporada, después de veintisiete años ininterrumpidos militando en la máxima categoría. Si lo sentí, aparte de por el descenso, fue porque esas Navidades no esperé encontrar entre mis regalos de Reyes un sobre —de los de boda— conteniendo una invitación con letra manuscrita —pequeña y redondilla como la mía— de mi hijo Miguel en la que dijera: “Vale por una entrada para ver al Español en Granada”; si es que para entonces no se habían enfrentado, en cuyo caso el convite lo hubiésemos festejado antes. Por fortuna, su estancia en el purgatorio —deportivo— de segunda duró el tiempo mínimo exigido ya que, las cinco veces, retornó a primera al primer intento.

A los españolistas se les conoce en el argot futbolístico por pericos o periquitos. Este apelativo se debe a que en los años 20 del pasado siglo el Español adquirió los terrenos para la construcción de su nuevo estadio de Sarriá, donde jugó desde 1923 hasta 1997. Se cuenta que en los aledaños de estas parcelas había numerosos árboles donde tenían su hábitat grandes bandadas de pájaros periquitos que a menudo sobrevolaban las instalaciones deportivas, pasando a formar parte del paisaje. Otra versión del nombre es que el origen animal de este mote se debe al “Gato Periquito”. Pero esa ya es otra historia.

Sea por las aves o por los felinos, qué más da a estas alturas de partido, perico o periquito hasta el final. La força d´un sentiment es el lema del RCD Español.

Articulistas