Los colores de Jaén

    05 ago 2019 / 10:03 H.

    En masculino y en femenino, Jaén es la ciudad de la luz y del color, dos conceptos que están tan arraigados en la bucólica poesía, y a los que a ellos acudo con frecuencia, por considerarlos parte primordial de todas las esencias. Desde el Castillo de Santa Catalina, un mar inmenso de verdes olivos me alegra esta vista, ya algo cansada por tanto periódico que he leído a lo largo de mi pequeña historia en este “Diario JAÉN”, el pan y la sal de mi vida. El pico de Almadén viste vestido de armiño. Unas nubes blancas de lana de vellón a la nieve acompaña. Al norte y al oeste los colores pardos de unas campiñas de oro que ya no es tal, porque el olivo cambió la negra aceituna por el oro del trigo. Las nubes tienen el color del plomo del tarantero Linares. En Puerto Alto asoman unos difuminos preñados de grises lluvias, que tanto las necesitan nuestros campos curtidos en la sequedad, donde no nace el trigo, el pan bendito de cada día. Una bruma allá por los puentes ocultan los blancos caseríos de este Jaén de hogazas, frutas y zumo de dioses, como son los aceites alimenticios, balsámico y curador de los males.