Los caracoles unen

23 abr 2020 / 16:22 H.
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Los días pasan, las novedades se acumulan de manera exponencial, como el coronavirus, y el confinamiento pinta a que está llegando a su punto de inflexión, si bien en el peor de los casos aún podría quedar casi un mes. Ya veremos. Ya veremos los posibles escenarios a partir de ahora, en espera de la vacuna, que será un auténtico logro de la humanidad. Solo pensarlo me emociona. Lo que parecía un tiempo infinito para aprovechar, se deforma como imágenes esperpénticas en el callejón del Gato. Resulta mucho menos productivo, porque el cansancio y la dificultad de concentración son un hándicap que ataca con la monotonía. En Wuhan estuvieron enclaustrados 76 jornadas. Y lo que te rondaré. En estas semanas asistimos con estupor a noticias de todo el orbe, desde kafkianos titulares de periódicos, hasta escritores que no saben qué decir, pero que rellenan semanalmente su hueco, debiéndose a sus lectores, como un detalle hacia su particular holding empresarial, o porque se sienten incapaces de elaborar una crítica constructiva sobre lo que se está haciendo mal. Lo llaman equidistancia. De otro modo, ¿nos permitiríamos levantar la voz de manera frívola, a toro pasado? Desde luego que no, es el momento de arrimar el hombro, toca sumar voluntades y aplaudir a tantos profesionales que dan la vida literalmente por la ciudadanía. Así que menos autocrítica, que la gente es tonta y demasiados halagos o complacencia al final acaban creando buena prensa. La gente normal y corriente quizá no tenga poder, pero influye, y en cualquier caso se encuentra al margen de las elites. Como un murmullo que crece. Bromas aparte, la diferencia entre los países donde hay democracia y donde no, es que durante las crisis se puede uno expresar libremente, sin que te corten la lengua. O al menos aparentemente, que en todos los sitios hay rebajas.

Es muy fácil hablar sin decir nada, desde la comodidad de la tarima flotante. Siempre ha habido clases. Y suena a rollo macabeo, pero no, es una triste realidad. En esta sociedad los simpáticos triunfan. Frente a esos privilegiados a los que se les llena la boca con buenas intenciones y palabritas, pero que luego hipócritamente hacen lo contrario a lo que dicen, agricultores y ganaderos luchan por llevarse el pan a la boca, trasegando por malvender su producto, esforzándose como pocos en esta debacle, para que el sector primario siga sosteniendo y proveyendo a los hipermercados y las tiendas. Sí, la ruina se cierne sobre los más débiles, el desastre posee visos insospechados e incalculables. Mientras tanto, los elegidos reparten recetas desde sus altas tribunas sobre bondad y amistad, sobre el ser humano y los valores, pero la situación es bien otra, una coyuntura aplastante e impepinable que habla de la miseria humana, no a nivel colectivo, sino individualmente, uno por uno, los unos por los otros sin distinción. Hay cosas que no cambian a lo largo y ancho de la historia, quién podría ponerlo en entredicho, como el gusto por los caracoles, ya desde las boyunos hasta los blancos, con hierbabuena o picantes, con tomate, en arroz caldoso o guisados... recetas que leemos en los textos clásicos de la antigua Roma, hasta los musulmanes en la Edad Media, llegando a nuestros días. Así, donde más se consumen, en Cataluña y Andalucía, se degustan especialmente en estas fechas. Y es que los caracoles unen.

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